miércoles, 21 de diciembre de 2011

Distancia (y añoranza)

Aterricé en España el lunes 12 y ya echo de menos Bissau. Allí han quedado mi marido y las perritas, a las que no veré hasta dentro de casi un mes. Añoraba el frío castellano, del que estoy recibiendo mi parte, y ahora extraño el calor de allí. Para vengarse de mi huída del país, me picaron mil bichos los pies, y me dejaron acribillada. Creo que se apostaron en el aeropuerto y hasta que no me dejaron un recuerdo duradero no pararon.

Durante los últimos días, disfruté viendo en las calles luces de colores, festejando la tan próxima Navidad; sentí nostalgia de la tierra y me pareció magnífico venir a preparar la casa para estas fiestas. Pero ahora, tan lejos de mis otros tres cuartos, la ostentación lumínica de España me parece excesiva, y la discreta sorpresa de las escasas luces guineenses, privadas y alimentadas con gasoil, tiene un toque de intimidad sorprendente. Polvo rojo y luces navideñas a más de treinta grados para recordar nieblas blancas y luces brillantes. Y sin grados, porque en Madrid creo que se han olvidado de encender la calefacción.

Así que nunca está una conforme del todo. Lo cierto es que la distancia, esta vez, me ha venido bien. Tendré tiempo para reflexionar y para adquirir perspectiva sobre mi vida allí, reformar ideas y adoptar nuevas posiciones ante los retos que la vida africana me depara. Porque el cambio es tanto que a veces parece que no podré digerirlo, y sin embargo ahora, desde la distancia, siento añoranza, y pienso que ésa es una buena señal: en la balanza, al menos, pesan lo mismo lo bueno y lo complicado. Claro que tener allí a los seres queridos ayuda a inclinarla.