miércoles, 9 de mayo de 2012

Garoupa

Para variar el tema alejándome de la política, voy a reflexionar sobre la ignorancia. La propia, que de la ajena ya se encargarán otros.

Ayer fui al mercado a comprar fruta y verdura y hoy tocó el puerto para adquirir pescado fresco, base de la dieta en estas tierras. Cierto que iba buscando lenguados, bicas o corvinas, peces todos ellos que conozco y aprecio, pero la vendedora me ofreció una magnífica garoupa de casi tres kilos a un precio razonable: algo más de dos euros y medio por quilo. 


Bueno,será sabroso, pero feo un rato, ¿no?

Yo, la verdad, no lo hubiera comprado de ir sola: es un pez feo, grisáceo y con el vientre hinchado; pero Keba, nuestro conductor, lo consideraba un manjar y me lo presentaron con tanto afán que me pareció mal decir que no y pagué los poco más de seis euros que costó. Así pues, regresé a casa con dos quilos de chocos frescos (como sepias), una pequeña bica (breca o pagel, decimos en España) y una enorme garoupa que no quería comer, que no sabía qué era ni cómo se cocinaba.

Llegada a la cocina, a la hora de la verdad, las tijeras y cuchillos hicieron su labor primera: pela y pica los chocos, guarda las tintas, limpia, desescama y destripa los peces... Y he ahí el quid de la cuestión, ¿cómo cortar semejante animal si no sé qué es? ignoraba si las espinas harían buen caldo, qué corte era el más adecuado, qué iba a hacer con ella…

Menos mal que existen Internet y la cultura para usarlo. Después de encontrar varias páginas en portugués donde mostraban las excelencias del pez pero no me aclaraban qué era, opté por buscar su nombre científico; el latín es universal, me dije, y apareció el milagro: Epinephelus marginatus. No me extraña que lo marginen, colegí para mí, porque es feo con ganas. Lo curioso vino luego, cuando descubrí, al pasar el nombrecito al buscador castellano, que había marginado durante seis meses de mi mesa ni más ni menos que el mero. Amarillo, pero mero. De repente todo tuvo sentido: mero con patatas, mero al horno, mero a la marinera, mero a la italiana, mero en salsa verde…

Saqué dos hermosos filetes, hice un caldo magnífico con las espinas, la cabeza y los recortes y mañana Dios dirá en qué suculento plato se convertirá el mero. Esa es la moraleja de la historia. Nunca digas no por ignorancia o, al menos, no tardes seis meses en saber de qué te están hablando. Por si los meros (a menos de tres euros el kilo, oye).