Ayer fui al
mercado a comprar fruta y verdura y hoy tocó el puerto para adquirir pescado
fresco, base de la dieta en estas tierras. Cierto que iba buscando lenguados,
bicas o corvinas, peces todos ellos que conozco y aprecio, pero la vendedora me
ofreció una magnífica garoupa de casi tres kilos a un precio razonable: algo más
de dos euros y medio por quilo.
Yo, la
verdad, no lo hubiera comprado de ir sola: es un pez feo, grisáceo y con el
vientre hinchado; pero Keba, nuestro conductor, lo consideraba un manjar y me
lo presentaron con tanto afán que me pareció mal decir que no y pagué los poco
más de seis euros que costó. Así pues, regresé a casa con dos quilos de chocos frescos
(como sepias), una pequeña bica (breca o pagel, decimos en España) y una enorme garoupa que no quería comer, que
no sabía qué era ni cómo se cocinaba.
Llegada a
la cocina, a la hora de la verdad, las tijeras y cuchillos hicieron su labor
primera: pela y pica los chocos, guarda las tintas, limpia, desescama y destripa los peces... Y he
ahí el quid de la cuestión, ¿cómo cortar semejante animal si no sé qué es?
ignoraba si las espinas harían buen caldo, qué corte era el más adecuado, qué
iba a hacer con ella…
Menos mal
que existen Internet y la cultura para usarlo. Después de encontrar varias
páginas en portugués donde mostraban las excelencias del pez pero no me
aclaraban qué era, opté por buscar su nombre científico; el latín es universal,
me dije, y apareció el milagro: Epinephelus marginatus. No me extraña que lo
marginen, colegí para mí, porque es feo con ganas. Lo curioso vino luego, cuando
descubrí, al pasar el nombrecito al buscador castellano, que había marginado
durante seis meses de mi mesa ni más ni menos que el mero. Amarillo, pero mero. De repente todo tuvo
sentido: mero con patatas, mero al horno, mero a la marinera, mero a la
italiana, mero en salsa verde…
Saqué dos
hermosos filetes, hice un caldo magnífico con las espinas, la cabeza y los
recortes y mañana Dios dirá en qué suculento plato se convertirá el mero. Esa
es la moraleja de la historia. Nunca digas no por ignorancia o, al menos, no
tardes seis meses en saber de qué te están hablando. Por si los meros (a menos
de tres euros el kilo, oye).