Las avenidas, paseos y caminos estaban repletos de gente en su eterno caminar, ya lo he dicho más veces, pero en el aire flotaba un ambiente distinto: es viernes, así que todos los jóvenes estudiantes universitarios, los de iniciación profesional, trabajadores o parados, todas las mujeres con hijos, los hijos con o sin sus madres estaban en la calle. Ellos, como nosotros, con las mejores galas, salen y pasean entre las tiendas, de la mano de sus parejas o en pandillas, toman algún tentempié en un bar, juguetean entre ellos y salen a “tomar”.
Las discotecas de la capital se llenan de ambiente festivo. No como a diario, cuando se dan cita los que no tienen trabajo, los que están perdidos y no se encuentran. No como los sábados, que ya sale todo el mundo. Los viernes son, sobre todo, de los jóvenes. Muchachas con vestidos ajustados, recién salidas de la peluquería, con trajes brillantes o vaqueros ceñidos, con camisetas que enseñan los hombros, minifaldas... Chicos con pantalones caídos, camisas entreabiertas, gorras viseras apuntando hacia la espalda. No me parecieron muy distintos de los que vemos en España. Siguen la moda y se exhiben orgullosos, ellos y ellas, y revolucionan la ciudad.
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Luces nocturas. Al fondo, a la izquierda, autos de choque |
Su alegría nos contagia, aunque, al final, nos sentamos una terraza de las llamadas de blancos, no porque impidan el paso a los demás, sino porque son muchos menos los que pueden permitírselo. El dueño nos cumplimenta. En una recién abierta barra que avisa el fin de las lluvias, nos han ofrecido una caipirinha como si fuéramos unos turistas cualesquiera; la hemos aceptado con una sonrisa y hemos dejado que el viernes nos invada.
