Al final, en el coche entramos todos: los "ayudantes", las perritas, las cajas de las perritas, las maletas y un sinfín de bocadillitos al estilo de nuestras madres, fruta y bebidas con cafeína. Eso nos arregló el viaje: paramos a descansar, pero no gastamos en comer. Recorrimos el espacio entre Zamora y Lisboa en cinco horas y las perras no dijeron ni mú, como si hubieran viajado siempre y tantas horas: dormían en el coche, paseaban cuando parábamos y se negaron a comer durante el trayecto. Así no se marearon.
Dama y Greta en su resignado viaje (PCG)
Las tres en Lisboa descansado
El vuelo fue puntual, rápido y limpio. Cuando aterrizamos nadie se lo esperaba; fue tan sorpresivo que hubo aplausos al piloto por su rápida actuación. El resto, impresionante: después de que el autobús se llenara, el resto de los pasajeros decidimos ir andando a la zona de entrada del aeropuerto de Osvaldo Vieira. Allí mi marido nos recibió con unos amigos y trotamos hacia la recogida de maletas deseando recuperar a las perritas. Salieron, como era de esperar, las últimas, y crearon gran expectación; no es normal ver perros "de blancos" en el aeropuerto y todo el mundo se acercaba, bien para intentar ayudarnos a llevarlas y recibir así una propina, bien para asomarse a las cajas e intentar verlas. Dama los obsequió con una serie de aullidos lamentosos que los llenaron de algarabía. Rápidamente las cargamos, montamos en los coches y llegamos a casa. Empezó la lluvia y nos quedamos sin luz. Ya sabíamos que era así, así que nos resignamos a sudar y dormimos.
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