lunes, 3 de octubre de 2011

La partida (23 de septiembre de 2011)

     Los días antes del viaje estaba tan aturdida que pensé que no tendría tiempo para terminar nada. Las cosas se complicaban y al final salí corriendo sin limpiar siguiera a los pájaros ni los peces. Menos mal que hay buenos vecinos que cuidan de ellos!!

      Al final, en el coche entramos todos: los "ayudantes", las perritas, las cajas de las perritas, las maletas y un sinfín de bocadillitos al estilo de nuestras madres, fruta y bebidas con cafeína. Eso nos arregló el viaje: paramos a descansar, pero no gastamos en comer. Recorrimos el espacio entre Zamora y Lisboa en cinco horas y las perras no dijeron ni mú, como si hubieran viajado siempre y tantas horas: dormían en el coche, paseaban cuando parábamos y se negaron a comer durante el trayecto. Así no se marearon.

Dama y Greta en su resignado viaje (PCG)

     Visitamos un poco la hermosa ciudad de Lisboa, tomamos una lujosa cervecita en un bar de copas del puerto, pillamos un atasco al ir hacia el aeropuerto y llegamos, tras mil trámites, con el tiempo justo. El primer embarque de animales, tremendo. No me pidieron ni un documento, pero visité tres ventanillas mientras ellas esperaban pacientes, cuidadas atentamente por mis amigos, que les prodigaron mil carantoñas. Y algunos viajeros también. Todos fueron muy amables y, finalmente, las dejé, medio drogadas, en sus cajas, con el corazón en un puño (eso, las tres). Entramos en la sala de embarque a las 21:15 y quince minutos después subíamos al avión.

Las tres en Lisboa descansado

     El vuelo fue puntual, rápido y limpio. Cuando aterrizamos nadie se lo esperaba; fue tan sorpresivo que hubo aplausos al piloto por su rápida actuación. El resto, impresionante: después de que el autobús se llenara, el resto de los pasajeros decidimos ir andando a la zona de entrada del aeropuerto de Osvaldo Vieira. Allí mi marido nos recibió con unos amigos y trotamos hacia la recogida de maletas deseando recuperar a las perritas. Salieron, como era de esperar, las últimas, y crearon gran expectación; no es normal ver perros "de blancos" en el aeropuerto y todo el mundo se acercaba, bien para intentar ayudarnos a llevarlas y recibir así una propina, bien para asomarse a las cajas e intentar verlas. Dama los obsequió con una serie de aullidos lamentosos que los llenaron de algarabía. Rápidamente las cargamos, montamos en los coches y llegamos a casa. Empezó la lluvia y nos quedamos sin luz. Ya sabíamos que era así, así que nos resignamos a sudar y dormimos.

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