sábado, 28 de julio de 2012

Ocupar bien el tiempo (sin tecnología, y II)

Durante unos días hemos sufrido la asuencia de conexión a Internet en Bissau. No sólo nosotros, la mayor parte de la ciudad se quedó sin ella. La empresa sufrió un accidente (dicen que robaron los cables, no es difícil de creer, ya vi que en España se robara el cobre de las farolas) que ha tardado cuatro días en reparar. Esta ausencia se unió a la muerte de la antena de televisión (hace más de un mes que no la vemos).

Lo cierto es que el primer día pensé ¿qué hago tantas horas si no puedo conectarme?, pero a los quince minutos se me ocurrieron cientos de actividades que realizar, máxime cuando no necesito en este momento la world wide web para el trabajo. En un santiamén saqué las telitas y entre la tarde del primer día y el segundo me hice un pantalón. Luego abrí el abandonado libro de portugués y me enfrasqué en los ejercicios. A esas opciones se añadieron la lectura y una ampliación del horario de Pilates, actividades culinarias (oye, qué bueno sale el brioche) y un sinfín de pequeñas ocupaciones entre las cuales la estrella ha sido el peinado y adecentamiento de las perras, que falta les hacía.

Cuando el miércoles por la tarde volvió a exisitir Internet, ya no lo necesitaba más que para ver el correo. Por cierto que llegaron mensajes esperados de amigas y todos con buenas noticias. La moraleja es clara: sin el ordenador -computador lo llaman aquí- y sin la tele se aprovecha más el tiempo. A ver si lo asumo y dejo de perder horas delante de ambos. Bueno, de la tele no, que no la hemos arreglado. Ya me hartaré de la informática, si todo va bien, cuando comience el curso. Ahora, al portugués de cabeza, que me examino en septiembre.

viernes, 27 de julio de 2012

Fole y olé

Los experimentos frutículas van dando fruto, y venciendo los resquemores iniciales la degustación de productos nacionales empieza a ser muy agradable. Digo venciendo los resquemores porque ahí os pongo la apariencia del fruto de hoy: el fole o foli. Su aspecto es, cuando menos, poco agradable; yo pensé que eran frutas algo estropeadas que se vendían en la calle. Repito que la ignorancia no es buena consejera, aunque algún día diré lo mismo de la audacia catadora.
 
El caso es que no he encontrado su traducción al castellano ni su nombre científico, así que sólo puedo repetir lo que viene en el diccionario de Kriol, "fruto duma planta trepadeira borrachifera" de sabor acidulado. Lo cierto es que cuando lo abrí en casa me recordó algo que otra persona escribió en un blog. Cuando abres la cáscara, dura y gruesa, aparece una pulpa amarilla que semeja los lóbulos de un cerebro por fuera, y abierta a la mitad una flor gruesa. Imagino que es familia del maracuyá, de la guayaba y demás trepadoras exóticas. Aquí dicen que es muy rica en ácido fólico, y que por eso se llama así.


Preparar el zumo -aún no me atreví a probarlo entero- es el ritual habitual de los jugos africanos. Deshaces el fruto en gajos, añades azúcar y lo frotas frotas frotas hasta que se vuelve blando y jugoso. Entonces exprimes exprimes exprimes hasta que ves que la carne que rodea a las semillas se va deshilachando y, conjugando amasado y agua, extraes el néctar. Es una ardua tarea (aunque parezca broma se tarda un rato largo, el cambio de materia sólida a gelatinosa requiere un tiempo) que exige una cuidadosa higiene de las manos antes de comenzar; no sólo de los dedos, sino de uñas y muñecas también. No sabe una hasta dónde se pringa en estas situaciones, sobre todo con mi inexperiencia en la fabricación de zumos artesanales africanos.

El resultado de tanta manipulación es un jugo amarillo, cuya acidez y densidad se regula con la adición de agua y de azúcar, más de lo primero que de lo segundo. Realmente no necesita mucho dulzor, el justo para forzar la mutación de la carne en papilla. Está muy bueno. Realmente, como dicen aquí, gusto mucho de él; después de hacer deporte, cuando hace mucho calor, un vasito o dos de este líquido bien fresquito refresca y recompone. Supongo que os haréis la pregunta de por qué me decidí a probarlo, tan reticente como soy a estas incursiones cuando el aspecto externo no invita y el proceso es tan "pringante". Os lo diré: la semana pasada un amigo, que cambia de destino y abandonará Bissau en los próximos días, nos invitó a cenar a su casa y nos obsequió con un cóctel de invención propia: Martini con zumo de fole, en una proporción de un cuarto/tres cuartos. El resultado fue espectacular, al menos para nosotros. Reconozco que lo he repetido en casa y a alguna persona (eso sí, los menos) no le ha apasionado.

Así que he añadido otro exótico zumo a mi vida: el de fole. Sólo le veo dos inconvenientes: que fuera de temporada no hay fole y que cuando me vaya a España tampoco lo habrá. En fin, procuraré no acostumbrarme en exceso a él. Y eso que me gusta hasta sin Martini.

¡Zumo listo!

lunes, 23 de julio de 2012

Casamento

Hoy tengo que hablar de unos amigos de Bissau. De Rosa y Bouba. Después de varios años de convivencia optaron por casarse para que él pudiera viajar a España sin problemas para conocer a la familia y los amigos de su pareja. Los días previos han sido muy ajetreados: recopilar y entregar la documentación necesaria, hacer la ropa y las invitaciones, ambas con tanta demora que el lunes anterior a la boda aún las estaban recogiendo, elegir el pastel…

Nosotras, las amigas, hemos compartido risas y bobadas ñoñas respecto de la ropa, las uñas, el viaje, el tocado… Fue divertido. Tomamos gin-tonics y cenamos pizza. Por un momento, nos hemos sentido su familia aquí.

Entre mis obligaciones estuvo la de confeccionarle unas flores de tela para adornar el moño. Esas cosas que una promete en un momento de euforia y luego dice “¡ostras, pero qué he dicho, si no he hecho una en mi vida!” Afortunadamente, Internet tiene de todo, hasta vídeo-tutoriales para hacer flores de tela que no sean de flamencorra desparramá en la feria de abril. De la imagen al hecho hay un largo camino, pero al final salieron y, verdaderamente, puestas en el pelo parecían hasta bonitas.
He aquí las flores antes de ser entregadas a la novia

La madrina de boda, por su parte, fue todo lo madre que pudo en su cometido y les regaló los trajes a ambos. El bassán blanco para hacerlos y el coste de la realización por el alfayate. La tela, el “pano” que dicen aquí, lo trajo de Senegal. Dicen que allí la calidad de los tejidos es mayor. Después de la espera, tan blancos y bordados en violeta y plata resultaron muy bonitos.

Dos días antes tuvimos bonita una jornada en casa: yo cosiendo flores sin luz (¡qué raro, Murphy por aquí!) mientras la madrina hacía la manicura con la iluminación de varias lámparas a pilas y nos tomábamos unos refrescos. Típicamente guineense.

La novia ha mezclado los nervios con la ilusión; se casó de blanco cumpliendo el sueño de su abuela, aunque con un traje tradicional del país; le costó trabajo ver todos los prolegómenos realizados, echó de menos a su familia, sobre todo a su madre... Para aliviar la morriña, su padre emprendió el martes anterior el viaje y estuvo con ella todo el tiempo.

El novio se vio algo desbordado por las preocupaciones europeas: papeleos, formalidades… también añoró a los suyos, que viven en Conakry y no pudieron estar aquí, se enfadó cuando vio a sus amigos con ropa de faena en lugar de bien atezados, se emocionó largamente cuando cortó la tarta…
Esta es la tarta, muy amorosa, como correspondía

Hoy nos hemos juntado unos cuantos para celebrarlo. Ambos estaban felices, y han reído y llorado a partes iguales. Compartiendo con ellos, seis blancos y muchos más pretos. Comida tradicional en una ONG, el tradicional Vivan los novios! español, las canciones tradicionales africanas  interpretadas por los invitados tras cortar la tarta… Allí los dejamos, cantando y bailando con el grupo que el ya marido ha formado, interpretando temas del disco que están grabando. Proyectos e ilusiones nuevas.

Le he dado un enfoque positivo. No sé qué pasará en el futuro con ellos, como no sé lo que pasará con el resto de nosotros. Su matrimonio es una apuesta por romper las barreras raciales, por creer en la igualdad y la felicidad por encima de etnias, creencias y nacionalidades. Hoy se casaron en Guinea Bissau una española blanca, de tradición cristiana aunque ya no tenga esa creencia, licenciada en derecho, con un preto de Guinea Conakry, musulmán y bailarín profesional. Toda una apuesta por la diversidad.

Bandim

Es una historia que tenía pendiente y no quiero echarla en el olvido. El sábado día 14 estuve en Bandim, el mercado de todo que ocupa el centro de Bissau. Para entendernos, es como si las calles principales de la cuidad fueran un extenso centro comercial. Allí se encuentra  el mayor número de “lojas” (tiendas) del país en las que uno puede encontrar -casi- de todo.

Unas están especializadas en construcción y venden azulejos, sanitarios, pisos de pvc, carretillos y otros instrumentos destinados a ese fin. Otras ofrecen recambios de autos, o son bazares donde encontrar casi de todo. Junto a estas construcciones, delante y detrás, se apelotonan puestos de venta, unos más informales, compuestos de mesas de madera o telas extendidas en el suelo, y otros más elaborados, con techos de uralita y paredes de adobe, divisiones de madera y multitud de palos donde colgar las mercancías.

En Bandim se puede comprar ropa nueva y de segunda mano, comida (creo que ya hablé del pan, las harinas, los pescados secos, los animales vivos…), calzado, estores de caña, muebles, féretros, productos chinos como lámparas portátiles de led, linternas, mecheros, radios, teléfonos móviles... también telas y otra multitud de curiosidades.

Ya había estado una vez en la calle principal con una amiga guineense, pero el sábado lo visité con varias blancas -como en el chiste: una portuguesa, una sueca, una alemana y dos españolas… adivinad en qué hablamos- y nos metimos, alentadas por la más experimentada, entre los vericuetos y pasadizos de una calle lateral en busca de la tela perdida. Ésa era una de mis aspiraciones, adentrarme por los intrincados caminos del mercado de Bandim.

El olor, por supuesto, al principio fue impactante. La entrada estaba cerca de una “carnicería” donde los efluvios de vísceras llenas de moscas, pedazos de patas con piel (no preguntéis cuál era el animal, no lo sé) y grandes piezas de carne de ternera nos saludaron largamente. Imaginad la cara de una de mis compañeras de expedición, vegana ella. El suelo lo recorrían mil regatos de lo que suponía era agua, la gente se apiñaba en estrechos espacios y se refrescaba con bolsas y botellas de agua, mojándose las manos y el cuerpo. A la carnicería siguieron en una pequeña plaza, hecha entre los puestos, las fruterías, las tiendas de pescado seco (otro no tan seco, pero más hediondo) y otros vendedores de comestibles: harinas, especias, azúcar, legumbres, pasta… todo ello a granel. Al fondo estaban las tiendas de panos.

Hechas las compras iniciales, incluidas botellas de vino blanco y tinto, atravesamos el laberinto de mesas y puertas abiertas hasta llegar a la calle principal. En el camino pude ver droguerías que ofrecían todo tipo de productos, entre los que descubrí una colonia de Carolina Herrera (tu-guan-tu). Cuando quise reaccionar, ya había llegado a las tiendas de ropa de segunda mano,  siguiente destino en nuestro periplo.


Bandim un poco después, con la lluvia amainando
Pese a los olores, el primer espacio no fue muy sofocante. La carencia de techos o los techados de paja permitían el paso del aire, y no tuvimos mucha sensación de calor. Este nuevo espacio, más moderno y con cubiertas de uralita, claro, era un mini horno. No había un exceso de gente, pero sí una gran carencia de espacio. Para pasar entre la ropa había que ir inclinada y para ver los vestidos y demás debíamos asomarnos desde detrás de mil perchas. Varias de las expedicionarias comenzaron a elegir y probarse ropa sobre la que llevaban puesta, gran proeza con el calor que hacía, mientras que otras, ya derrotas, las mirábamos divertidas y realizábamos comentarios como très jolie, um bocadinho grande, very nice, too short, etc. etc. Sorprendentemente por la poca afluencia de turistas, siempre encontramos a alguien que chapurreara inglés.
 La experiencia finalizó cuando comenzaron a recoger las mercancías precipitadamente y nos invitaron a irnos. Llegaba la lluvia. Pero eso ya lo he contado. Ése fue el fin de la primera incursión y sólo compré dos telitas. Pero la próxima vez… ¡ay la próxima vez…!