Nuestro primer paseo matutino con las perras se ha llenado de
saludos. Los guineenses ven con miedo que los brancos nos vayamos, dejando a
miles de personas sin trabajo y vaciando de dinero el país, así que tuve muchas
sonrisas, gente que me habló por primera vez con evidente alegría: si volvemos
parece que todo puede arreglarse. Lo hicieron con júbilo y casi midiéndome;
alguno empleó de forma consciente y clara su criollo nativo, y yo contesté con
mi mezcolanza habitual, recuperado de golpe del recurso idiomático y demostrando
que no los había olvidado. Pregunté por hijos, por padres, por familias... me
preguntaron por el viaje, la madre (para ellos siempre es importante: mamá,
saludos de todo Guinea Bissau, eres la grande mère, la mindjer garandi), la
suegra (Carmina, para ti otra ración de saludos), las ferias-vacaciones… temían
que no volviera. Si estoy aquí, mi marido no se va.
Hoy toca deshacer maletas, colocar, saber si no olvidé nada,
ponerme al día del país y contactar con los amigos. Hay que recuperar la normalidad deprisa:
traje café, compra tú pan, todavía queda algo de leche… Una mujer blanca que vi
en el aeropuerto me aseguró que los supermercados reponen, pero poco para que
no haya pillajes; no quieren que vuelvan los robos de los primeros días. Me
informó de dónde encontrar qué, de lo que se ha acabado, de lo que no
falta nunca (pescado, fruta y verdura: familia y amigos, podemos sobrevivir)…
mujeres extendiendo la cadena de información de supervivencia.
Bajo todo ello, el deseo de volver a la normalidad, de
forzar al país a normalizarse. Es casi misión imposible. No parece que nada pueda
arreglarse fácilmente. Nos queda permanecer contemplando la evolución, esperar
que embajadas y organismos no abandonen el barco con las sanciones, acatar las
decisiones diplomáticas porque los intereses que las motivan van más allá de
nuestro entendimiento, intentar comprender por qué tantos países quieren
controlar al pobre Bissau: Senegal, Angola, Portugal, Burkina Faso… cada vez
que uno adquiere protagonismo como mediador, alguien lo acusa de querer
apoderarse de este mini-narco-estado-fallido. Una locura africana como tantas otras.
Más allá, el miedo al silencio e indiferencia que esta pequeña
y convulsa no-nación provoca. Uno de los cinco lugares del mundo donde más
gente muere pero que no preocupa a nadie. No hay imágenes de muertos y
mutilados de guerra, no hay niños famélicos despertando nuestra ternura ante
las cámaras. La muerte en Bissau es silenciosa y discreta, pero imparable: cólera, malaria, tuberculosis,
sida, incluso simplemente diarreas o enfermedades desconocidas; malnutrición en
lugar de desnutrición, desatención en incapacidad sanitaria en lugar de grandes
epidemias. Por eso, aunque aquí mueren más niños que casi en ninguna parte,
aunque la esperanza de vida es de las más bajas (47 años, cielos, me quedan uno
y medio), aunque la pobreza (que no la miseria) se lo come todo, nadie habla de
él, nadie clama por rescatar este pequeño estado africano a pesar de su
amabilidad, de su escasa violencia y de ser más confortable socialmente que
otros del entorno: menos mendicidad, menos robos, más tranquilidad…
Aquí nos quedamos de momento, como la gente de aquí, mirando
la vida pasar. Ojalá las conversaciones lleven a algo, al menos a otros dos años
de tranquilidad, y este lo-que-sea pueda desarrollarse hacia algo, estado, país
o como quieran llamarlo.