miércoles, 1 de agosto de 2012

Pequeño


En Bissau los animales son, en general, pequeños. Se salvan los insectos, que en ocasiones son particularmente grandes: saltamontes, mosquitos, avispas... pero el resto son pequeños: las vacas tamaño portátil, las cabritas miniatura, los buitres en formato gaviota (aunque los cuervos son grandes grandes)... incluso los hipopótamos son enanos.

No quería que pasaran más días sin enseñar una foto curiosa, de algo pequeño, pequeño: ranas. En un principio parecen crías, pero están tan bien formadas que lo dudo mucho. No puedo ni imaginar cómo son de renacuajos; aunque bien pensado ni siquiera se verán. Las fotos pesan más que de costumbre, pero si reduzco el tamaño ni las apreciáis. La referencia son mis manos, y quien me conoce sabe que son bastante pequeñas, de los dedos ni hablo.

Cuando paseamos las vemos corriendo por la calle como si fueran escarabajos o arañitas, hasta que te fijas un poco más y reconoces estos mini-batracios pardos y abundantes que en época de lluvia pueblan los charcos.


Pues eso, una curiosidad más. Las mini ranas.

martes, 31 de julio de 2012

Todos nos sofisticamos

Es una curiosidad más, pero viene a cuento de cómo los seres nos acostumbramos a las comodidades y la tecnología siempre que nos facilite la vida. Aunque no sepamos ni qué es lo que estamos usando.

Voy por nuestro barrio de paseo, y sabiendo ya que existen, un señor mayor me pide (porque ve que los llevo) óculos para leer, porque no ve tres en un burro. Eso sí, pidió permiso a mi esposo para hablar conmigo.

Una de las pocas veces que algún empleado de la casa le pidió a mi marido un regalo de España, y oyendo las modernidades que hay por el mundo, le pidió… un teléfono en el que se viera la televisión! ¡Si ni siquiera yo he visto uno todavía! Supongo que pensó que si éramos blancos y ricos, eso debía de ser una nadería para nosotros.

La sobrina de una amiga de aquí pidió un día a su madre que llamara a su tía por teléfono, y cuando la madre le contestó que no podía, porque no tenía saldo, la niña, de tan sólo dos años, le dijo: pues llámala por skype, que no cuesta.

Así se acostumbra uno al progreso, de manera intuitiva e inconsciente. Y entre los humanos es normal, encontramos recursos que nos acercan a otros, que nos facilitan las actividades. Pero entre los animales también hay acomodación.

Las golondrinas de mi casa cada vez son más, porque como hay perros no entran gatos. Desde que pongo música a toda pastilla con las ventanas abiertas, pájaros cuyo nombre desconozco, pequeñísimos y con reflejos irisados azules y verdes vienen hasta casa a mirar lo que hacemos. Y con los riegos matutinos otras aves más grandes, y de un azul metalizado parlotean sobre los eucaliptos a la espera del riego y la consiguiente huída de hormigas y otros insectos.
  
Los sapos, más inteligentes aún, han encontrado un refugio maravilloso en el skimmer de la piscina y ahora hay que sacarlos de allí todos los días porque han decidido que es casa: allí están fresquitos y a salvo de los depredadores.

Mis perras no escapan a la modernidad. Antes, cuando tenían calor, se iban al sol un rato a achicharrarse y cuando estaban ardiendo entraban en casa para refrescarse. Ahora, esperan a que ponga el aire acondicionado y se espanzurran sobre el suelo para dormir a pata suelta. Y si tardo mucho, se impacientan y me persiguen por la casa.

Así de curioso es el mundo. Nosotros estamos acostumbrándonos a una vida más primitiva, ahorrando toda la luz que podemos, haciendo acopio de comida y con la mitad de la tecnología y comodidades que tendríamos en España y nuestras perras, al contrario, se hacen más pijas aquí. El mundo al revés.

lunes, 30 de julio de 2012

Solidaridad laboral

Tomada del blog inkaperusl.blogspot.com

No sé cómo, con tanta agua y tan poca luz, se me olvidó que el día 19 tuvieron lugar varias manifestaciones en España, a las que fui invitada por amigos y compañeros.  Me pareció que ya era hora. No quiero parecer agitadora o revolucionaria, pero era ya el momento de dejar de callarse y me hubiera gustado, verdaderamente, estar allí.

Sinceramente no confío en que eso vaya a resolver nada. La voracidad de los mercados tiene poco que ver con las medidas de los países y su credibilidad. El margen de maniobra es muy reducido y el parecido con Grecia es cada vez más asombroso, habida cuenta que la industria más desarrollada que ambos países parecen poseer es el turismo de extranjeros. Me recuerda un poco a las películas de Paco Martínez Soria. El español (o el griego) cateto e ignorante, vestido pobremente, adulando y haciéndose el listo con las alemanas, por decir algo.

En cualquier caso, protestar por una vez, dejar de estar en los lugares de trabajo y en las reuniones acongojados por lo que pueda pasar, seguir teniendo pánico en silencio al siguiente recorte, perdón, reforma, es aún peor. Al menos salir a la calle desatasca las gargantas, libera las energías y te hace formar parte una colectividad mayor.

Creo que las manifestaciones son un poco eso: nos animamos a decir “ya no puedo más” a voz en grito, algo que hasta ahora no nos habíamos sentido con fuerzas para hacer porque parecía una traición al Gobierno de turno, y sentimos el calor de los otros; besamos, abrazamos, recuperamos amistades perdidas y ello nos ayuda a sentirnos otra vez orgullosos de nosotros mismos. Salir todos juntos, funcionarios y asalariados, tiene la fuerza del que se niega a ser segmentado (divide y vencerás) por su contrato laboral, del que se reconoce trabajador por encima de las circunstancias. Ya está bien de vergüenza por haberse ganado el pan estudiando, curando, juzgando, arando la tierra o alicatando cocinas. Ahora toca saber si sabremos verdaderamente  tomar conciencia de lo que significa la democracia y ser parte de un país, o seguiremos subdividiendo las responsabilidades.

Finalmente, después de las protestas, debería venir el mea culpa, la asunción de la responsabilidad compartida, reconocer que mientras llovía el maná nadie daba crédito a los avisos alarmistas. Toca decir: yo también dejé que pasara. Asumirlo y exigir que algo cambie no ahora, sino a largo plazo, en las estructuras sociales y políticas. Aprender a ser consecuentes cuando votamos, exigiendo ideas, proyectos y, cómo no, responsabilidades a los dirigentes por los actos cometidos. Abandonar la postura ingenua de: voto a éste porque es de mi ideología aunque sea un aprovechado, un ignorante; lo voto porque si gana igual algo me cae, lo voto para pierdan los contrarios. Abandonar la culpa que le echamos al prójimo, la falta de ayuda si no es de mi partido, tanta tontería de tanto ganapán metido a politiquillo o bancario (que no banquero). En resumen, cambiar la mentalidad de hidalgo que nos lleva a pensar que lo mejor es hacernos ricos de cualquier manera, el concepto cristiano de que el trabajo es un castigo de Dios, la avaricia del que quiere llegar arriba sólo para pisar al de abajo por el orgullo de las cosas bien hechas y la dignidad del buen trabajador.

Veremos si eso llega. Ahora debemos apretar el cinturón y los dientes y aguantar el chaparrón, pero no callados y avergonzados. Nos prometieron días de vino y rosas, pero se los han quedado los de siempre. Los mercados nos quieren comprar a precio de saldo y se esfuerzan por abaratar el precio mientras los que han dirigido mi país durante los últimos treinta años nos han dejado sin fábricas, sin industrias, sin recursos para defendernos. Ellos, que se lo han quedado todo y tienen casas, buenos sueldos y jubilaciones por nada, que paguen también.