lunes, 30 de julio de 2012

Solidaridad laboral

Tomada del blog inkaperusl.blogspot.com

No sé cómo, con tanta agua y tan poca luz, se me olvidó que el día 19 tuvieron lugar varias manifestaciones en España, a las que fui invitada por amigos y compañeros.  Me pareció que ya era hora. No quiero parecer agitadora o revolucionaria, pero era ya el momento de dejar de callarse y me hubiera gustado, verdaderamente, estar allí.

Sinceramente no confío en que eso vaya a resolver nada. La voracidad de los mercados tiene poco que ver con las medidas de los países y su credibilidad. El margen de maniobra es muy reducido y el parecido con Grecia es cada vez más asombroso, habida cuenta que la industria más desarrollada que ambos países parecen poseer es el turismo de extranjeros. Me recuerda un poco a las películas de Paco Martínez Soria. El español (o el griego) cateto e ignorante, vestido pobremente, adulando y haciéndose el listo con las alemanas, por decir algo.

En cualquier caso, protestar por una vez, dejar de estar en los lugares de trabajo y en las reuniones acongojados por lo que pueda pasar, seguir teniendo pánico en silencio al siguiente recorte, perdón, reforma, es aún peor. Al menos salir a la calle desatasca las gargantas, libera las energías y te hace formar parte una colectividad mayor.

Creo que las manifestaciones son un poco eso: nos animamos a decir “ya no puedo más” a voz en grito, algo que hasta ahora no nos habíamos sentido con fuerzas para hacer porque parecía una traición al Gobierno de turno, y sentimos el calor de los otros; besamos, abrazamos, recuperamos amistades perdidas y ello nos ayuda a sentirnos otra vez orgullosos de nosotros mismos. Salir todos juntos, funcionarios y asalariados, tiene la fuerza del que se niega a ser segmentado (divide y vencerás) por su contrato laboral, del que se reconoce trabajador por encima de las circunstancias. Ya está bien de vergüenza por haberse ganado el pan estudiando, curando, juzgando, arando la tierra o alicatando cocinas. Ahora toca saber si sabremos verdaderamente  tomar conciencia de lo que significa la democracia y ser parte de un país, o seguiremos subdividiendo las responsabilidades.

Finalmente, después de las protestas, debería venir el mea culpa, la asunción de la responsabilidad compartida, reconocer que mientras llovía el maná nadie daba crédito a los avisos alarmistas. Toca decir: yo también dejé que pasara. Asumirlo y exigir que algo cambie no ahora, sino a largo plazo, en las estructuras sociales y políticas. Aprender a ser consecuentes cuando votamos, exigiendo ideas, proyectos y, cómo no, responsabilidades a los dirigentes por los actos cometidos. Abandonar la postura ingenua de: voto a éste porque es de mi ideología aunque sea un aprovechado, un ignorante; lo voto porque si gana igual algo me cae, lo voto para pierdan los contrarios. Abandonar la culpa que le echamos al prójimo, la falta de ayuda si no es de mi partido, tanta tontería de tanto ganapán metido a politiquillo o bancario (que no banquero). En resumen, cambiar la mentalidad de hidalgo que nos lleva a pensar que lo mejor es hacernos ricos de cualquier manera, el concepto cristiano de que el trabajo es un castigo de Dios, la avaricia del que quiere llegar arriba sólo para pisar al de abajo por el orgullo de las cosas bien hechas y la dignidad del buen trabajador.

Veremos si eso llega. Ahora debemos apretar el cinturón y los dientes y aguantar el chaparrón, pero no callados y avergonzados. Nos prometieron días de vino y rosas, pero se los han quedado los de siempre. Los mercados nos quieren comprar a precio de saldo y se esfuerzan por abaratar el precio mientras los que han dirigido mi país durante los últimos treinta años nos han dejado sin fábricas, sin industrias, sin recursos para defendernos. Ellos, que se lo han quedado todo y tienen casas, buenos sueldos y jubilaciones por nada, que paguen también.

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