Voy por nuestro barrio de paseo, y sabiendo ya que existen, un señor mayor me pide (porque ve que los llevo) óculos para leer, porque no ve tres en un burro. Eso sí, pidió permiso a mi esposo para hablar conmigo.
Una de las pocas veces que algún empleado de la casa le pidió a mi marido un regalo de España, y oyendo las modernidades que hay por el mundo, le pidió… un teléfono en el que se viera la televisión! ¡Si ni siquiera yo he visto uno todavía! Supongo que pensó que si éramos blancos y ricos, eso debía de ser una nadería para nosotros.
La sobrina de una amiga de aquí pidió un día a su madre que llamara a su tía por teléfono, y cuando la madre le contestó que no podía, porque no tenía saldo, la niña, de tan sólo dos años, le dijo: pues llámala por skype, que no cuesta.
Así se acostumbra uno al progreso, de manera intuitiva e inconsciente. Y entre los humanos es normal, encontramos recursos que nos acercan a otros, que nos facilitan las actividades. Pero entre los animales también hay acomodación.
Las golondrinas de mi casa cada vez son más, porque como hay perros no entran gatos. Desde que pongo música a toda pastilla con las ventanas abiertas, pájaros cuyo nombre desconozco, pequeñísimos y con reflejos irisados azules y verdes vienen hasta casa a mirar lo que hacemos. Y con los riegos matutinos otras aves más grandes, y de un azul metalizado parlotean sobre los eucaliptos a la espera del riego y la consiguiente huída de hormigas y otros insectos.
Los sapos, más
inteligentes aún, han encontrado un refugio maravilloso en el skimmer de la
piscina y ahora hay que sacarlos de allí todos los días porque han decidido que
es casa: allí están fresquitos y a salvo de los depredadores.
Mis perras no escapan a la modernidad. Antes, cuando tenían calor, se iban al sol un rato a achicharrarse y cuando estaban ardiendo entraban en casa para refrescarse. Ahora, esperan a que ponga el aire acondicionado y se espanzurran sobre el suelo para dormir a pata suelta. Y si tardo mucho, se impacientan y me persiguen por la casa.
Así de curioso es el mundo. Nosotros estamos acostumbrándonos a una vida más primitiva, ahorrando toda la luz que podemos, haciendo acopio de comida y con la mitad de la tecnología y comodidades que tendríamos en España y nuestras perras, al contrario, se hacen más pijas aquí. El mundo al revés.
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