sábado, 29 de octubre de 2011

Anastasio


El viernes pasado acudimos al Centro Cultural Francés para escuchar una actuación musical protagonizada por un cantautor novel del país llamado Anastasio. Las composiciones de los cantautores guineenses son de base étnica, con melodías tradicionales que recuerdan a la música jamaicana. ¿Por qué será? Los temas, siempre recurrentes: la pobreza, la falta de oportunidades, la carencia de atención sanitaria, la precaria educación de los niños…

El espectáculo fue, personalmente, más que interesante. Dejando fuera el hecho de que musicalmente resultó monótono (no sé si fueron cuatro o cinco canciones en casi hora y media), ver estas actuaciones es toda una experiencia. Comenzó con una artista invitada que nos metió en ambiente con una canción y un baile muy tradicionales. Después, la música de Anastasio se impuso y comenzó a interpretar-improvisar sus composiciones, incorporando a la letra las personalidades que veía en la sala, cuestiones de actualidad como la nueva carretera y los semáforos (tenemos carretera pero escuela no tenemos, y así), y la participación de organismos oficiales en la reconstrucción de Bissau (agradeciéndolo, claro). Muy como la trova cubana. Con guitarra, bajo, percusión, saxo (eh, Miguel Ángel, aquí te quiero ver), teclado (sois muchos, mirad a ver, Fede y compañía)... que improvisaban y hacían variaciones sobre un tema central. ¡Cómo hubieran disfrutado improvisando con ellos los del COMBO CIM!

A medida que el intérprete recitaba-cantaba, la gente comenzó a participar coreando-gritando (casi aullando a veces), aplaudiendo fragmentos, e incluso se levantaba y bailaba. Dentro del auditorio ¿eh? Si lo aplaudían mucho, se animaba e improvisaba un poco más sobre el mismo tema. De vez en cuando preguntaba si estábamos bien, como los payasos de la tele, y teníamos que gritar: beeemmm! Me quedé de piedra cuando vi a una mujer que, muy arreglada con un precioso vestido tradicional, se levantó, subió al escenario y le dio un billete al cantante. Me dijeron que son reminiscencias de los antiguos trovadores, a los que se les pagaba por cantar y que vivían de ello. Chocante. Durante la actuación esto se repitió varias veces.



No se ve mucho, pero podéis haceros una idea...

En la segunda canción entraron a bailar tres niños (dos chicas y un chico) de unos diez años que pertenecen a un grupo de danzas tradicionales africanas. Tremendamente impresionante ver cómo se mueven de bien. Los blancos no tenemos nada que hacer frente a estas personas que nacen con el ritmo y el movimiento en el cuerpo. Luego me explicaron que hay clases de danza africana en la calle, en Bandim, y que a las blancas nos enseñan esas niñas, porque como tenemos un nivel tan bajo, les sobra para darnos sopas con onda. Me he propuesto aprender algo de eso. Creo que las clases comienzan cuando acaban las lluvias, me informaré.

Anastasio se emocionó, el público también, y luego vino otro hecho interesante. No sólo suben a darle dinero, no, ni bailan en los asientos y gritan y corean. Además, dejan un micrófono libre por si alguien sube a cantar con ellos, cosa que un joven apasionado hizo en la segunda recita-canción, y el público, si quiere, sube y baila con los músicos y el cantante. Toda una comunión artista-espectadores. Pena de fotos! Pensé que les molestaría que hiciera, pero al final todo el mundo sacaba instantáneas sin parar. Y yo, escondida con el teléfono!!!

Luego, en el descanso, entregaron al cantante un diploma de Embajador de Caridad de una agrupación italiana de Cáritas, ya que Anastasio colabora con esta institución, y el estatus diplomático, para que pueda ir por el mundo llevando la voz de Bissau. El acto acabó con la última composición bailada por los niños, Anastasio, la ministra de Cultura, el secretario de Presidencia, fray Michael, el director del Centro Cultural Francés, dos entusiasmadas… había casi más personas sobre el escenario que mirando. Y una niña-bailarina pasando un cuenco para recoger donaciones. Toda una experiencia de comunión cultural.

viernes, 28 de octubre de 2011

Luz

 A veces la vida na Guinea-Bissau se vuelve complicada de la forma más tonta. La suma de pequeños contratiempos puede convertir una existencia tranquila en una estancia tormentosa en cuestión de segundos. No hace falta que sean desgracias, sino sólo pequeños y desafortunados incidentes que coinciden y dan a la existencia un aire de desaliento.

Un ejemplo de ello es que, en los últimos días, hemos sufrido la malaria, los efectos secundarios de un medicamento muy fuerte, hemos retrasado el vuelo a España, con el coste que eso supone, hemos sufrido extrañas erupciones (probablemente como consecuencia del medicamento) y, finalmente, nos hemos quedado sin luz.

Una por una, las incidencias no son graves: estamos más saludables, y si hubiera médico las erupciones no serían preocupantes, ya hemos tenido alguna en España, y, bueno, como dice mi suegra, en cuanto al coste de los billetes “buenos son mis bienes que remedian mis males”. Lo de la luz es una cuestión distinta, porque a veces nuestro proveedor se olvida de nosotros y somos la única casa alrededor sin iluminación, y cuando eso ocurre, generalmente, se descarga la batería del generador y no podemos disponer de nuestra propia corriente.

Un día caluroso, extremadamente, una regular situación física y la suma de incomodidades que añade la carencia de electricidad (no agua, no música, no fresco, no nada) vuelve sombría con asombrosa rapidez la existencia aquí. Nos sustentamos de cosas pequeñas: tener luz, ver películas en casa, cenar a veces con amigos… Bissau no tiene lujos de ningún tipo; carece de casi todo lo que los occidentales consideramos comodidad, no se parece de lejos a ninguna capital de país africano cercano. Senegal, Mali… poseen espacios donde encontramos refugio para los blancos débiles. En Bissau, vivir bien es, con suerte, lograr un poco de confortabilidad procurada que exprimimos al máximo. Cuando la máxima generadora de ese confort, la luz, desaparece, la vida se vuelve oscura como la noche africana.

Este triste panorama me recuerda lo inmensamente torpes, o avanzados, que nos hemos vuelto. Lo cierto es que podemos decir que los africanos sobreviven mejor, que necesitamos más cosas de las realmente importantes. Aquí no es así. Vivimos apurando el agua, la energía, la comida… Cierto que los guineenses, sin electricidad, sobreviven mejor. Pero también es cierto que esa torpeza que nos ha procurado disponer de comodidades y nos impide vivir como ellos hace que nuestra esperanza de vida casi los duplique.

La energía eléctrica trae consigo la higiene, la sanidad, el manejo de aparatos que pueden salvar vidas. Incluso la comunicación puede salvarnos. Realmente parece que el mayor pecado que un gobernante puede cometer contra su pueblo es permitir que viva sin electricidad. Y en África hay aún muchos países que carecen de ella. Los países desarrollados cuando hablamos de pobreza nos referimos a la vivienda, la sanidad, la educación… y nos olvidamos de la luz. La luz es desarrollo. Olvidarlo, es el tributo de nuestro propio egoísmo. Estamos tan acostumbrados a ella que no la valoramos.

No se emplean medios adecuados para conseguir generar energía de forma sencilla y accesible. Con ello nos tienen atrapados. No existe comparación entre la inversión en desarrollo armamentístico o informático y el de la energía eléctrica. Vivimos, como hace más de un siglo, supeditados al petróleo y a quienes lo poseen, que impiden o frenan el avance de tecnologías más baratas. Cabo Verde, Bissau, y muchos países de África viven de generadores inmensos que queman cantidades ingentes de petróleo a la hora.

Esa es la gran injusticia que habría que combatir. Porque en ella, además de África, estamos presos todos los hombres. La energía nos esclaviza y nos priva de libertad. Es ella la que crea las crisis y las destruye. En el fondo, la misma lucha que en el principio de los tiempos: conseguir luz para sobrevivir, se ha convertido en “racionarla y manejarla” para someter. Pensad, si no, en la manera en que aumenta, cada poco, la factura de la electricidad en Europa. Un lujo al que un día, Dios no lo quiera, casi nadie podrá acceder, sólo unos cuantos poderosos. Al final, Mad Max será profética.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Nos tienen rodeados

Desde hace dos semanas, la malaria, o el palú, como aquí llaman a esta enfermedad, nos tiene rodeados. Primero fue Bernardita, luego Sidi, luego los hijos de algunos empleados… sabiendo que íbamos a viajar pronto a España, la vida se volvió una silenciosa carrera contra-reloj para ver qué llegaba antes: si el palú o el viaje.

Finalmente, el palú nos ganó la partida. Después de echarle la culpa de nuestros males a una cenita, al trabajo, al calor y varias excusas más, mi marido se hizo la prueba, que dio, lógicamente, positiva. Me quedé con ganas de matar a todo el vecindario. Porque aquí, cuando estás mal, primero te tomas un paracetamol, y como quita los dolores musculares, pues ya no vas al médico, que es caro, ni tomas medicinas, que son caras (aunque las pagamos nosotros), y te quedas una semanita más mareando la perdiz. Tiempo de sobra para transmitir la enfermedad a los de al lado.

Esta vez, en lugar de inyecciones de quinina, tomamos mefloquina como tratamiento alternativo. Lo cierto es que la malaria no nos estaba matando; la mefloquina lo ha intentado seriamente. Unas pocas horas después de tomar la primera parte de la dosis de choque comenzamos a sentirnos mareados, sensación que al finalizar el tratamiento (mil pastillas en seis horas) nos produjo un “globo” que nos dura aún. Mareo constante, náuseas constantes… tanto que, a pesar de que ya sólo flotamos un poco, hemos retrasado el viaje a España hasta el domingo, con el coste que eso supone.

Queda claro que en África, la innovación no es una buena idea. Las inyecciones de quinina duelen, pero no fastidian. El tan cacareado tratamiento contra la malaria que recomiendan los médicos occidentales nos ha dejado fuera de juego más días que la propia enfermedad. Lo bueno: que las perritas seguirán con nosotros unos días más, incluida la adoptada, Isi, que nos ha cuidado al pie de la cama como la que más. Con perras así, quién necesita médicos?

Lo malo (además del retraso del viaje y tal), que la casa sigue sin ser colocada. Antes me faltaba un nivel para montar los armarios de la cocina, y ahora no me nivelo yo ni para estar derecha un ratito (mardito Murphy, proclamo).

Moraleja: donde esté un buen gin-tonic, que se quiten las drogas de diseño. Dónde va a parar. Pena que dicen que a la tónica le han quitado la quinina. No somos nadie.