A veces la vida na Guinea-Bissau se vuelve complicada de la forma más tonta. La suma de pequeños contratiempos puede convertir una existencia tranquila en una estancia tormentosa en cuestión de segundos. No hace falta que sean desgracias, sino sólo pequeños y desafortunados incidentes que coinciden y dan a la existencia un aire de desaliento.
Un ejemplo de ello es que, en los últimos días, hemos sufrido la malaria, los efectos secundarios de un medicamento muy fuerte, hemos retrasado el vuelo a España, con el coste que eso supone, hemos sufrido extrañas erupciones (probablemente como consecuencia del medicamento) y, finalmente, nos hemos quedado sin luz.
Una por una, las incidencias no son graves: estamos más saludables, y si hubiera médico las erupciones no serían preocupantes, ya hemos tenido alguna en España, y, bueno, como dice mi suegra, en cuanto al coste de los billetes “buenos son mis bienes que remedian mis males”. Lo de la luz es una cuestión distinta, porque a veces nuestro proveedor se olvida de nosotros y somos la única casa alrededor sin iluminación, y cuando eso ocurre, generalmente, se descarga la batería del generador y no podemos disponer de nuestra propia corriente.
Un día caluroso, extremadamente, una regular situación física y la suma de incomodidades que añade la carencia de electricidad (no agua, no música, no fresco, no nada) vuelve sombría con asombrosa rapidez la existencia aquí. Nos sustentamos de cosas pequeñas: tener luz, ver películas en casa, cenar a veces con amigos… Bissau no tiene lujos de ningún tipo; carece de casi todo lo que los occidentales consideramos comodidad, no se parece de lejos a ninguna capital de país africano cercano. Senegal, Mali… poseen espacios donde encontramos refugio para los blancos débiles. En Bissau, vivir bien es, con suerte, lograr un poco de confortabilidad procurada que exprimimos al máximo. Cuando la máxima generadora de ese confort, la luz, desaparece, la vida se vuelve oscura como la noche africana.
Este triste panorama me recuerda lo inmensamente torpes, o avanzados, que nos hemos vuelto. Lo cierto es que podemos decir que los africanos sobreviven mejor, que necesitamos más cosas de las realmente importantes. Aquí no es así. Vivimos apurando el agua, la energía, la comida… Cierto que los guineenses, sin electricidad, sobreviven mejor. Pero también es cierto que esa torpeza que nos ha procurado disponer de comodidades y nos impide vivir como ellos hace que nuestra esperanza de vida casi los duplique.
La energía eléctrica trae consigo la higiene, la sanidad, el manejo de aparatos que pueden salvar vidas. Incluso la comunicación puede salvarnos. Realmente parece que el mayor pecado que un gobernante puede cometer contra su pueblo es permitir que viva sin electricidad. Y en África hay aún muchos países que carecen de ella. Los países desarrollados cuando hablamos de pobreza nos referimos a la vivienda, la sanidad, la educación… y nos olvidamos de la luz. La luz es desarrollo. Olvidarlo, es el tributo de nuestro propio egoísmo. Estamos tan acostumbrados a ella que no la valoramos.
No se emplean medios adecuados para conseguir generar energía de forma sencilla y accesible. Con ello nos tienen atrapados. No existe comparación entre la inversión en desarrollo armamentístico o informático y el de la energía eléctrica. Vivimos, como hace más de un siglo, supeditados al petróleo y a quienes lo poseen, que impiden o frenan el avance de tecnologías más baratas. Cabo Verde, Bissau, y muchos países de África viven de generadores inmensos que queman cantidades ingentes de petróleo a la hora.
Esa es la gran injusticia que habría que combatir. Porque en ella, además de África, estamos presos todos los hombres. La energía nos esclaviza y nos priva de libertad. Es ella la que crea las crisis y las destruye. En el fondo, la misma lucha que en el principio de los tiempos: conseguir luz para sobrevivir, se ha convertido en “racionarla y manejarla” para someter. Pensad, si no, en la manera en que aumenta, cada poco, la factura de la electricidad en Europa. Un lujo al que un día, Dios no lo quiera, casi nadie podrá acceder, sólo unos cuantos poderosos. Al final, Mad Max será profética.
Un ejemplo de ello es que, en los últimos días, hemos sufrido la malaria, los efectos secundarios de un medicamento muy fuerte, hemos retrasado el vuelo a España, con el coste que eso supone, hemos sufrido extrañas erupciones (probablemente como consecuencia del medicamento) y, finalmente, nos hemos quedado sin luz.
Una por una, las incidencias no son graves: estamos más saludables, y si hubiera médico las erupciones no serían preocupantes, ya hemos tenido alguna en España, y, bueno, como dice mi suegra, en cuanto al coste de los billetes “buenos son mis bienes que remedian mis males”. Lo de la luz es una cuestión distinta, porque a veces nuestro proveedor se olvida de nosotros y somos la única casa alrededor sin iluminación, y cuando eso ocurre, generalmente, se descarga la batería del generador y no podemos disponer de nuestra propia corriente.
Un día caluroso, extremadamente, una regular situación física y la suma de incomodidades que añade la carencia de electricidad (no agua, no música, no fresco, no nada) vuelve sombría con asombrosa rapidez la existencia aquí. Nos sustentamos de cosas pequeñas: tener luz, ver películas en casa, cenar a veces con amigos… Bissau no tiene lujos de ningún tipo; carece de casi todo lo que los occidentales consideramos comodidad, no se parece de lejos a ninguna capital de país africano cercano. Senegal, Mali… poseen espacios donde encontramos refugio para los blancos débiles. En Bissau, vivir bien es, con suerte, lograr un poco de confortabilidad procurada que exprimimos al máximo. Cuando la máxima generadora de ese confort, la luz, desaparece, la vida se vuelve oscura como la noche africana.
Este triste panorama me recuerda lo inmensamente torpes, o avanzados, que nos hemos vuelto. Lo cierto es que podemos decir que los africanos sobreviven mejor, que necesitamos más cosas de las realmente importantes. Aquí no es así. Vivimos apurando el agua, la energía, la comida… Cierto que los guineenses, sin electricidad, sobreviven mejor. Pero también es cierto que esa torpeza que nos ha procurado disponer de comodidades y nos impide vivir como ellos hace que nuestra esperanza de vida casi los duplique.
La energía eléctrica trae consigo la higiene, la sanidad, el manejo de aparatos que pueden salvar vidas. Incluso la comunicación puede salvarnos. Realmente parece que el mayor pecado que un gobernante puede cometer contra su pueblo es permitir que viva sin electricidad. Y en África hay aún muchos países que carecen de ella. Los países desarrollados cuando hablamos de pobreza nos referimos a la vivienda, la sanidad, la educación… y nos olvidamos de la luz. La luz es desarrollo. Olvidarlo, es el tributo de nuestro propio egoísmo. Estamos tan acostumbrados a ella que no la valoramos.
No se emplean medios adecuados para conseguir generar energía de forma sencilla y accesible. Con ello nos tienen atrapados. No existe comparación entre la inversión en desarrollo armamentístico o informático y el de la energía eléctrica. Vivimos, como hace más de un siglo, supeditados al petróleo y a quienes lo poseen, que impiden o frenan el avance de tecnologías más baratas. Cabo Verde, Bissau, y muchos países de África viven de generadores inmensos que queman cantidades ingentes de petróleo a la hora.
Esa es la gran injusticia que habría que combatir. Porque en ella, además de África, estamos presos todos los hombres. La energía nos esclaviza y nos priva de libertad. Es ella la que crea las crisis y las destruye. En el fondo, la misma lucha que en el principio de los tiempos: conseguir luz para sobrevivir, se ha convertido en “racionarla y manejarla” para someter. Pensad, si no, en la manera en que aumenta, cada poco, la factura de la electricidad en Europa. Un lujo al que un día, Dios no lo quiera, casi nadie podrá acceder, sólo unos cuantos poderosos. Al final, Mad Max será profética.
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