martes, 1 de noviembre de 2011

En casa

Es la primera vez que hago el camino de retorno a casa. Ha sido un viaje largo y cansado, pero arribar definitivamente a Zamora nos ayudó a llevarlo con alegría. Lo cierto es que esperábamos llegar a la civilización para vivir confortablemente unos días, pero olvidé poner en orden algunos instrumentos caseros y tenemos inundación en la casa. 
Afortunadamente, hay agua caliente; no sé si había comentado que en Bissau no tenemos más que en un baño, y es el que ha estado con inundaciones y goteras, así que estaba deseando darme una ducha calentita y lo he logrado. Eso y la chimenea han compensado la falta de calefacción.

Una comida con la familia, ver a los sobrinos, a los hijos de los amigos y a los amigos ha completado el lote inicial con balance positivo. Y hay tele, ahí es nada. Con eso no me hubiera conformado en otros tiempos, pero esto es todo un lujo. Sólo falta que las perritas estén bien, y casi podríamos decir que rozamos la felicidad.

Con qué poquito nos conformamos.

domingo, 30 de octubre de 2011

Espera


Tras el retraso en el vuelo que nos llevaría a España, los días se han vuelto un poco raros. Es verdad que ya no me tambaleo, con lo que, al menos, he montado los armarios del dormitorio; sólo me queda fijarlos a la pared y ponerles las puertas y accesorios, pero parece que el tiempo quisiera transcurrir lentamente, y nosotros esperamos impacientes poder, definitivamente, volar hoy, domingo.

Por un lado me da pena. Es la primera vez que van a quedar aquí solas las perras, y no tienen en estos países costumbre de cuidar perros con pelo. Los tratan bien, pero de ahí a pedirles que los cepillen a diario… así que me remuerde la conciencia y las he revisado concienzudamente antes del viaje. Supongo que las echaremos mucho de menos, y que nos preocuparemos por ellas todo el tiempo. Dama no ha superado el enorme calor que tiene, y a veces se agobia mucho; a Greta le encontré en el bigote hasta una espina de pescado (¿de dónde la sacaría?) y la pequeña bichón Isi era un nudo de arriba abajo. Así que cogí las tijeras y he podado un poco a las tres. ¡Pobres!

Por otro lado, como llevo enclaustrada tanto tiempo entre el bricolaje y la convalecencia, espero impaciente el momento de poder llegar a España y salir libremente a la calle. Eso aquí tampoco puedo hacerlo de momento, porque el coche no está matriculado y no debo moverlo de casa. La sensación de claustrofobia que da a veces Bissau es, como todo aquí, asombroso. No hay barreras que separen unas zonas de otras, ni una real sensación de peligro que impida el libre movimiento. Antes bien, los occidentales, incluidas las mujeres, van y vienen, en general, con tranquilidad por la calle y el país. Con precauciones, como en todas partes, pero con tranquilidad.

La claustrofobia viene de no saber a dónde ir. La ciudad posee pocos entretenimientos (no voy a estar comprando máscaras todo el día) y el país tiene pocos lugares que visitar. Y los que tiene, hay que pagarlos. Así que, si te quieres mover, tienes que gastar dinero, tanto si te quedas como si te vas.

Por eso estos días de espera son inciertos. Entre las enfermedades y demás, parece que se inclina una hacia la melancolía, y la impaciencia por viajar empieza hasta a turbar el sueño. Aunque mi marido no me lo dice, sé que a él le ocurre con más fuerza, pues lleva aquí un mes más que yo. Y no es que estemos mal, no; es sólo que hemos dilatado la partida y la espera nos llena de dudas. Estamos deseando respirar el frío de Zamora.