Ayer de madrugada, tras más de doce horas de viaje, llegamos a Bissau. Las perritas nos saludaron con alegría pausada (parece que ya se impregnaron del espíritu del país) y nos tranquilizamos al ver que estaban bien. En casa, todo el mundo se ha tomado vacaciones, así que están las cosas manga por hombro. Voy a crear fama de mujer de hierro exigiendo limpieza y orden. En fin, es lo que hay.
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Otoño de camino a África |
La partida fue un momento triste. Zamora está hermosísima estos días; cuando el otoño se muestra tal como es, húmedo y colorido, lleno de rojos, ocres, dorados, verdes… los chopos, plátanos, acacias y demás árboles caducos dibujan el paisaje con tonos vivos, que se unen a los que ofrecen viñas, frutales y huertas en sus momentos finales. El Duero baja hacia Portugal repleto de agua y enmarcado por alamedas otoñales. Es verdaderamente relajante. En eso coincidimos mi marido y yo. Probablemente ésta es la estación más bonita del año.
Por eso nos dio pena dejar nuestra tierra. En Bissau nos esperaban el azul y el verde, el sol radiante, el cielo claro (acabaron las lluvias) y la selva furibunda. Y el aire acondicionado, claro, porque el calor sigue presente, aunque algo menos intenso que cuando partimos.
Ahora, unas horas después, la vida ha vuelto a su ritmo: cojo el bajo de cortinas, monto muebles, las perras se tumban a mis pies… Parece que nunca hubiéramos viajado a España. Es la rutina que se impone con fuerza. Eso es bueno. Significa que esta vida es ya la nuestra también, y que aunque no lo sintamos llegar, nos hacemos algo más ciudadanos del mundo, parte también de la vida de este rincón de África que se está convirtiendo, por unos años, en nuestra casa también.