viernes, 14 de septiembre de 2012

Tan "agustito"

Viernes noche. Mi husband tiene una cena de trabajo y me he quedado sola en casa, como en la película pero sin ladrones. Como tengo la conciencia tranquila porque ya he terminado mis dos semanas de formación a profesores, he estado todo el día husmeando en Internet en busca de recetas de cocina, viendo vídeos de canciones antiguas argentinas (si se calla el cantor y otras similares) y remoloneando ante el ordenador.

Aquí, pensando en cómo pasar la noche del viernes, se me ocurrió poner en práctica una receta que encontré esta mañana: yuca brava. La misma historia de las patatas bravas pero con yuca cocida y luego frita. Apañé dos mandiocas o yucas que se estaban pudriendo en la encimera y me lancé al plato en cuestión. He de decir que había hecho muchas recetas de salsa brava, pero como la de hoy, ninguna; la bajé de un programa de RNE, Cocinar y cantar.

En fin, que como la salsa quedó estupenda me he dado un homenaje comiendo un suculento plato de yuca brava regado con una deliciosa cerveza Super Bock bien fría y en vaso helado. Con un leve aire acondicionado para compensar la elevada humedad. Un lujo asiático, que diría una amiga mía. Ahora sólo tengo que encontrar una buena peli (Greenaway tiene todas las papeletas, es él o una de dibujos animados) y dejar que le jour s'ecoule mientras llueve mansamente y la tormenta ruge ensordecida alrededor. Pequeños placeres..

martes, 11 de septiembre de 2012

Nostalgia

Hoy ha llegado el contenedor con los enseres de un español que llegó en agosto y vive al lado de mi casa. El aviso de la llegada, repentino y deseado, iluminó la cara de su mujer, que estaba tomando café conmigo. A la hora ya había un largo camión afincado en la puerta de su casa, un montón de gente descargando cajas, el transitario, el encargado, el chofer del español, un colega guineano, algunos seguranzas y, por supuesto, nuestros niños perdidos, bailando y retozando alrededor. De fondo, una inmensa tormenta tronaba largamente.

Ver la precipitación, la algarabía y la capacidad de congregación del evento me hizo rememorar el día en que llegó el nuestro, hace casi un año ahora. Teníamos, como ellos, la casa vacía convertida en un eco continuo cada vez que hablábamos, y añorábamos un sofá donde pasar las tardes, los libros, las películas y alguna menudencia más (mis cacharros de cocina, of ourse). Incluso la fecha es relevante, como ocurrió con nosotros

Ese recuerdo me llenó de nostalgia. ¿Hace ya un año que vivo aquí? El tiempo vuela. Lo cierto es que, como no me había fijado metas más allá de la adaptación y lograr que la casa tuviera un nivel digno de habitabilidad, el balance es positivo. Si acaso, lamento no saber hablar más criollo, que ha ido perdiendo importancia ante la necesidad del portugués y el francés en otros ámbitos de la vida. Incluso, del inglés. Y tampoco empecé la huerta famosa, y eso que todo brota en cuanto le enseñas un grano de arena. Me lo apunto como deberes.

Este año empieza con tarea (estoy colaborando con una cooperativa de profesores) y eso me anima mucho. En el examen salen también como logros positivos haber logrado tener relaciones personales al margen de mi pareja, es decir, tener vida social autónoma; manejarme con cierta soltura por la ciudad, que mis perritas están sanas a pesar del clima y seguir siendo, sin pretensiones, feliz. Ah, y que aún me encanta ver el ambiente de la ciudad y de Bandim cuando cae la tarde. Si no ha perdido embrujo esa sencilla rutina, es que aún hay cosas en Bissau que pueden fascinarme.

Tal vez un día publique una de esas entradas que escribí cuando aún no tenía muebles y que me recuerda lo curioso de este lugar. Sólo para echar una sonrisa nostálgica.

lunes, 10 de septiembre de 2012

El curso en España

Estos días ha comenzado el curso escolar en España con exámenes, evaluaciones, matrículas, organización escolar, horarios... Desde la información que me llega, con nuevas normativas que aún está por ver cómo afectarán a la calidad de la enseñanza. Supongo que, además, con la crisis en el aire, habrá miedos e incertidumbres que se añaden a la certeza de la nueva bajada de sueldos.

Cuando era niña, había un dicho que era: "ganas menos que un maestro de escuela". En verdad, mis padres, que eran maestros, ganaban entre los dos menos que mi tío, que era delineante en el antiguo Ministerio de Agricultura. Los cuatro hijos heredábamos ropa, libros y bicicletas y hacíamos uso de las bibliotecas públicas para cumplir con las obligaciones de los libros de lectura. Cuando los demás ya usaban "rotring" para el dibujo lineal, nosotros aún utilizábamos tiralíneas y tinta china. Eso me recuerda, también, lo torpe que era con esa técnica -tengo muy mal pulso- y lo mayor que soy. Las matrículas de los estudios (por ejemplo, la universidad) eran gratuitas, pero no tenías derecho a beca, lo que hacía que la adquisición de material escolar o estudiar en otra ciudad fuera muy oneroso para nuestros padres, que tuvieron tres hijos a la vez estudiando fuera. Luego, los sueldos comenzaron a equipararse a los de los demás trabajadores y la cosa fue mejor.

Parece que ahora, dispuestos a deshacer entuertos pasados, el Gobierno se ha empeñado en no discriminar y dentro de poco se dirá "ganas menos que un funcionario". La bajada de sueldos de los funcionarios (incluso de los que no lo son -los más- pero son llamados así por ignorancia) toca a todos ellos en un año en el que las tasas de matrícula aumentan, el IVA aumenta, el precio del material escolar aumenta, el precio del transporte aumenta, el pago de muchos tratamientos médicos y ortopédicos se comparte... Es un panorama difícil y desmotivante. Volver a trabajar con el futuro negro, no sabiendo si te recortan o te desplazan, después de años preparando unas oposiciones que ahora son más duras casi que las de judicaturas, hará que el regreso se ponga cuesta arriba.

Es cierto que, al menos, los funcionarios tienen trabajo -por ahora-, pero dará una inmensa tristeza ver cómo ha ido bajando también la calidad de vida de los alumnos y sus familias, las dificultades cotidianas para subsistir, que siempre se dejan traslucir en la vida escolar; la impotencia por no poder hacer nada para colaborar, porque la Administración limita el margen de ayuda pero no la obligación de gasto por padre en cada hijo, que crece de día en día. A ello se unirá el aumento de alumnos por aula (que incluso en los centros concertados empieza a ser exagerado) y la disminución de recursos. Para mí esto tiene una lectura: se baja la calidad de la educación y se reduce la posibilidad de recibir una formación adecuada, restringiéndola a unos pocos centros y unas pocas familias. Se acabó la igualdad de oportunidades.

Es cierto que antes teníamos casi cuarenta en clase y no pasaba nada; yo empecé así. Pero eran niños sin tecnología y que no decían ni pío en el aula. Que si no estudiaban o atendían, al menos no molestaban (consuelo poco pedagógico, por cierto). Por el camino se quedaban los malos o los torpes, que se iban a trabajar. Ahora la ley los obliga a estar en los centros hasta los dieciséis quieras que no y la falta de trabajo los deja dentro mucho más tiempo, sin intención de estudiar, sólo recogidos como en una guardería esperando a que pasen los años y el temporal.

Por eso, desde aquí, quiero mandar un fuerte abrazo a todos los que empiezan ahora el curso escolar: profesores, directivos, alumnos, familias, personal no docente... un abrazo y muchos ánimos. Quizá todo esto sirva para volver a hacernos responsables y dar valor a lo que verdaderamente importa. Me quedo con eso: este esfuerzo podrá -tal vez- recuperar el valor de la enseñanza y del esfuerzo colectivo, de familias y docentes, en el futuro de todos. Valor y al toro.