Hoy ha llegado el contenedor con los enseres de un español que llegó en agosto y vive al lado de mi casa. El aviso de la llegada, repentino y deseado, iluminó la cara de su mujer, que estaba tomando café conmigo. A la hora ya había un largo camión afincado en la puerta de su casa, un montón de gente descargando cajas, el transitario, el encargado, el chofer del español, un colega guineano, algunos seguranzas y, por supuesto, nuestros niños perdidos, bailando y retozando alrededor. De fondo, una inmensa tormenta tronaba largamente.
Ver la precipitación, la algarabía y la capacidad de congregación del evento me hizo rememorar el día en que llegó el nuestro, hace casi un año ahora. Teníamos, como ellos, la casa vacía convertida en un eco continuo cada vez que hablábamos, y añorábamos un sofá donde pasar las tardes, los libros, las películas y alguna menudencia más (mis cacharros de cocina, of ourse). Incluso la fecha es relevante, como ocurrió con nosotros
Ese recuerdo me llenó de nostalgia. ¿Hace ya un año que vivo aquí? El tiempo vuela. Lo cierto es que, como no me había fijado metas más allá de la adaptación y lograr que la casa tuviera un nivel digno de habitabilidad, el balance es positivo. Si acaso, lamento no saber hablar más criollo, que ha ido perdiendo importancia ante la necesidad del portugués y el francés en otros ámbitos de la vida. Incluso, del inglés. Y tampoco empecé la huerta famosa, y eso que todo brota en cuanto le enseñas un grano de arena. Me lo apunto como deberes.
Este año empieza con tarea (estoy colaborando con una cooperativa de profesores) y eso me anima mucho. En el examen salen también como logros positivos haber logrado tener relaciones personales al margen de mi pareja, es decir, tener vida social autónoma; manejarme con cierta soltura por la ciudad, que mis perritas están sanas a pesar del clima y seguir siendo, sin pretensiones, feliz. Ah, y que aún me encanta ver el ambiente de la ciudad y de Bandim cuando cae la tarde. Si no ha perdido embrujo esa sencilla rutina, es que aún hay cosas en Bissau que pueden fascinarme.
Tal vez un día publique una de esas entradas que escribí cuando aún no tenía muebles y que me recuerda lo curioso de este lugar. Sólo para echar una sonrisa nostálgica.
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