jueves, 20 de octubre de 2011

El regateo del blanco

 A la semana de llegar a Bissau, una amiga me llevó a ver los sitios donde compramos los blancos. Los “supermercados” (de momento son naves con estanterías y productos agolpados en cantidad, que no en variedad) más nutridos, las tiendas de carne congelada (puedo elegir: portuguesa o uruguaya) y el mercado central. Me explicó que los blancos compramos en el mercado central porque en Bandim o el puerto hay que regatear, te pueden robar el bolso y si no sabes criollo estás perdido (/a)
En fin, que llegadas al mercado central, me llevó a dos o tres “puestos” donde comprar cosas y me recitó los precios que tenía pactados con los vendedores (ellos/as dicen que son nuestros “clientes”) después de muchos regateos. No recuerdo ninguno, ésa es la verdad, porque dichos así, de golpe, mientras das manos y dices ka misti a todo lo que te ofrecen (hasta a lo que necesitaría) no son fáciles de recordar. Además en francos cefas, que es una moneda devaluadísima. Te dicen cinco mil y tú piensas: “ahivá la pera (puede traducirse en tacos, es que el blog es público y no quiero palabras malsonantes), estos me arruinan”, y resulta que lo te piden son siete euros con cincuenta.

El caso es que uno llega, hace clientes a unos cuantos, regatea con ellos precios que son “razonables”, te vas tan contento y cuando le dices orgullosa a tus conocidos del país lo que te ha costado algo, te miran como si estuvieras loca y te dicen que es muy caro. Para ellos, que compran en tiendas de nativos, los precios están marcados muy a la baja, aunque regateen también lo suyo. Argumentan que ni el puerto ni Bandim son peligrosos, y que lo que tengo que hacer es falar criollo y lanzarme al regateo. ¡Yo! ¡Yo, que si me ponen cara de pena les doy el dinero y ni compro ni ná!


Ellos compran aquí, con más barullo, pero más barato!

Ahora que las obras y las reparaciones han entrado en mi vida, resulta que también tengo que regatear el precio del trabajo y la mano de obra. ¿Ochenta mil? No, no, como mucho sesenta… A mí esto no se me da bien. Si lo traduzco a euros, me parece razonable, pero si lo pienso con el nivel del país, es un robo. El quiz del tú-me-pides-pero-yo-te-doy no lo tengo pillado, no. Hay que regatear el médico, el taxi, las reparaciones del taller... Y al final, para quedar como un blanco.

Echo de menos a las “niñas” del cole; algunas de ellas regateaban que era una maravilla. Creo que invitaré a dos o tres para que me pacten los precios en el mercado central. O mejor en el puerto y Bandim, que son más baratos. Que me consigan unos buenos clientes, y tira millas. Seguro que consiguen que me hagan las reparaciones gratis. Yo, a cambio, les enseño un país peculiar y les regalo unos bolsos de piel. Eso sí, el precio que lo negocien ellas.


Ka misti: no necesito
Falar criollo: hablar criollo, ¡pues claro!

miércoles, 19 de octubre de 2011

Amigos

Desde el jueves pasado he salido a la calle en tres ocasiones: una a comprar productos de limpieza y dos el mismo día para comer fuera y cenar fuera (el sábado). Con tanto personal en casa y tanto trabajo, cualquiera se iba un rato... a lo peor al volver había más gente todavía! ¡Si hasta nos han dejado una perrita en adopción tres semanas!

Los chicos han terminado su trabajo, pero al canalizador parece que le cuesta marchar, no lo hará hasta mañana (joé, la cocina está maldita). Voy a decirle a Sidi que no le dé ni agua, a ver si así se despide. Queda el carpintero, que ha vuelto con energías renovadas. El día que no haya nadie, me voy a sentir desamparada.

Bueno, que con lo pingo que yo era, llevo casi una semana encerrada en casa. Me he dado cuenta de lo lejos que queda la vida de España. Si no oigo las noticias, el mundo “civilizado” desaparece a toda prisa. Ya no sé qué hay de la huelga de los profesores madrileños, cómo va la economía (la de verdad, no la de los bancos), qué hace la gente de mi tierra, qué dicen los políticos… aunque esto último, ciertamente, me importa bien poco… no creo que digan nada distinto, sólo más alto y más fuerte, como vienen las elecciones… Ni siquiera sé de qué voy a despotricar cuando llegue a España. ¡Estaré fuera de juego!
 
El caso es que algunos amigos (uso el masculino genérico, amigas y amigos) me han enviado hoy mensajes y correos, y me doy cuenta de que si no mantengo esa línea con el mundo que dejé hace casi un mes, toda la realidad española se me desdibuja. Si cierro los ojos, en lugar de caras amigas veo instrucciones de Ikea y un tipo gordito rascándose la cabeza. Voy a matricularme en idiomas o en algo, porque estudiar me recuerda que soy europea y universitaria, no oficial de carpintería.
Esta entrada tan desvaída que me ha salido es para agradecer a los amigos (os/as) que sigan escribiendo, porque eso ayuda a recuperar el pulso del mundo. Gracias a todos. Ah! y aquí tenéis vuestra casa, para venir a disfrutar o a reconstruirla, vosotros elegís. Pueden ser vacaciones de granja escuela, pero en lugar de pollos o patatas, aquí aprenderéis a hacer camas o zapateros. Y un poco de fontanería.

lunes, 17 de octubre de 2011

La mudanza (y 2, Murphy for ever)

El jueves dejamos mi casa con la invasión de los transportistas, y dándome unas semanitas de relax intelectual enfrascada en la ardua tarea manual de montar los muebles y tal. Pero como Murphy parece que quiere presidir plenamente la mudanza, ha vuelto a actuar. 
El jueves Sidi y yo comenzamos el recuento de cajas y descubrimos que, asombrosamente, en España tampoco se hace todo bien: de la lista que la empresa de mudanzas había hecho a la realidad había un abismo: números de caja que faltaban, otros repetidos y, para rematar, un excedente de diez bultos o más (¿nos habrán regalado cosas?); así que me lancé al desembalaje y montaje ciegamente, decidida a desfacer el entuerto y encontrar los regalos, ¡je!

Los jóvenes limpiadores llegaron el viernes, y trabajaron, más o menos, bien. El sábado flojearon un poco, el domingo se fueron a mediodía y hoy casi los estrangulo, así que ahora están currando castigados de dos en dos y yo paso cada poco a vigilarlos. Y los móviles no se encienden durante la clase… digo el trabajo. Hoy se van y no vuelven porque han acabado la masa de reparaçao Triunfante de todo Bissau (¡¿la comen o qué?!).

Por mi parte monté el salón, cuatro muebles de la cocina, una mesa y cuatro sillas, abrí unas cuantas cajas, dije orgullosa voy a sacar una foto para el blogg… y… se me inundó la cocina. ¡¡¡Recién limpia!!! Recogí agua, recogí agua… y hoy otra vez ¡INUNDACIÓN! Finalmente ha venido el canalizador y se ha cargado el techo de la cocina (¡recién…!!!!), el suelo del baño grande de la primera planta (…y….¡!¡!) y se ha ido. ¿Volverá? Supongo que sí. De hecho, mientras escribo, ha vuelto. Sidi está enfermo, creo que tiene paludismo, y la cisterna de otro baño (recién… ohohoh) se ha roto. ¡La arreglaron hace un mes! Nos regaló mil bichitos muertos cuando la movimos, generosa ella.

Ahora la casa está llena de muebles a medio montar. ¿Veis que suelo tan limpito?

En fin, que están en casa seis jovencitos sudorosos algo haraganes pero simpáticos, Sidi enfermo, Bernardita aburrida porque no puede hacer nada, el canalizador y el ayudante del canalizador destrozando media casa y otro canalizador para arreglar lo que hizo mal. El carpintero, viendo el barullo, dijo que volvía mañana (menos mal!). La casa, llena otra vez de barro, la cocina impracticable y dos baños inutilizables. Eso es todo. Y medio Bissau en casa, otra vez.
No sé si es una experiencia interesante, pero curiosa, curiosa… y llenita de gente... Maldito Murphy!

Bichos


No voy a hablar de ninguna película, no, sino de bichos de verdad, de ésos que uno sólo ve en las películas. Bichos pequeños y sorprendentes, como casi todo aquí.

El sábado pasado salimos a pasear con las perras por los alrededores, con toda la prevención que el desconocimiento de la fauna local nos impone y la certeza de que nos rodean, sin verlas, serpientes y linguanas (una especie de iguana grande, creo), además de ratas, cerdos y otros animales más tradicionales. Lo que no nos esperábamos era que nos atacaran hormigas. Sí, sí, hormigas en apariencia corrientes y molientes. Caminábamos tranquilos cuando, sin darnos cuenta, pasamos por encima de una no hilera, sino masa, de hormigas que cruzaba de un lado a otro del camino. Acto seguido, las perras comenzaron a revolcarse por la tierra como si tuvieran parásitos. Nos acercamos a ellas con el fin de revisarlas y, para nuestra sorpresa, descubrimos que tenían decenas de hormigas subiendo por las patas.

Intentamos quitárselas, claro, pero al ver que era misión imposible, las cogimos en brazos y atravesamos, ahora con mil precauciones, el río negro de hormigas para poder limpiarlas con detenimiento en casa. A esas alturas, a mi marido también le mordían ya en los tobillos y la premura por volver fue, casi, graciosa. Tardamos más de media hora en eliminar esos pequeños insectos de las perras, aunque todavía apareció alguna muerta al día siguiente. Treparon por el pelo de nuestras pobres mascotas y se aferraron a cualquier milímetro de piel libre en sus patas, barriga, orejas… mientras nosotros hacíamos esfuerzos denodados por arrancárselas. ¡Hasta Sidi participó en el proceso! Cuando las arrancábamos, las cabezas de algunas seguían clavadas a los animales como si fueran garrapatas. Asombroso. Temblé pensando en aquella película, Marabunta, ¿recordáis?


El domingo vivimos otra experiencia curiosa con bichos “habituales”; eso sí, menos incómoda, al menos para nuestros canes. Cayó la noche (aquí la noche cae de golpe) y vimos sorprendidos cómo, por una pequeña rendija existente entre una puerta del salón que da al jardín y el suelo (las puertas con tanta humedad se deforman y dejan mil orificios para entrar y salir), comenzaron a entrar no una marabunta de hormigas, sino de ¡ARAÑAS! ¿Qué os parece? No dábamos crédito. Ni los productos insecticidas las hacían retroceder, aunque sí lograron disuadir a unas cuantas de entrar. Al final, nuevamente hubo una masacre de insectos perpetrada por dos occidentales atónitos. Creo que eliminamos a más de treinta. Lo triste es que me da pena pensar que exterminamos a tantas.

Habrá que intentar cerrar tantos agujeros como sea posible poco a poco; aún no ha empezado la invasión de bichos que sigue a la temporada de lluvia. ¿Sobreviviremos? Porque, a pesar del insecticidio, ellos seguro que sí.