Verdaderamente el producto es extraordinario. Las semillas
son más grandes que en otros países y más jugosas. Su calidad hace que todos
los años el país y la capital se llenen de lo que aquí llaman “indianos”,
indios procedentes de la India (obviamente), pero también paquistaníes y de
otras nacionalidades anexas.
Este año la campaña de cajú coincidió, desgraciadamente, con
el Golpe de Estado. La incertidumbre de los primeros días y la falta de
gobierno provocó la salida de muchos camiones por la frontera con Senegal sin
pagar aranceles, se obviaron los precios establecidos por el país para evitar
la especulación y durante unos días se produjo una venta a la baja que puede
haber dado al traste con la economía de muchos pequeños agricultores. Vendieron
a la desesperada por temor a que nadie comprara y no han hecho hucha suficiente
para el largo año. Sus consecuencias se verán en unos meses.
La otra cara del cajú es que, como del cerdo, se aprovecha
todo. El árbol da una fruta similar a una manzana (la llaman así, maçã), al
menos por la forma, aunque mucho más blanda y jugosa, de la que pende una
semilla protegida por una funda rígida o castanha. La maçã tiene tres
aplicaciones alimenticias: una, comida al natural, aunque es un fruto que se
desvirtúa muy rápidamente; dos, convertida en zumo refrescante muy apreciado
por la gente del país; y la tercera, destilada y fermentada, da paso a una
bebida alcohólica de igual o mayor aceptación. La semilla, después de secada,
se rompe. El fruto se destina a la venta, generalmente al natural, sin tostar
ni procesar por la falta de industrias de transformación, y la cáscara a veces
se usa para ayudar a encender fuego. Yo el aguardiente no lo he probado, me da
pavor porque aquí la graduación de esos alcoholes es estratosférica, pero el
zumo me recuerda vagamente a la sidra sin fermentar. Ligero y algo insípido,
pero refrescante.
Durante estos meses de producción, en la mayoría de las
tabancas o aldeas se instalan dentro de las plantaciones destiladoras de
manzana de cajú que son muy coloridas: se coloca entre dos palos una especie de
barca de madera –un tronco vaciado- por la que baja el zumo de la fruta
machacada, el jugo se recoge y a los pies de la destiladora quedan diseminadas
montañas de pieles que después de secas se venden en los bordes de carreteras y
caminos. Aún no sé para qué.
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Destilador de cajú en medio de una plantación |
El tiempo de la recolección se acaba y en unas semanas
volveremos a la normalidad. Veremos si las ganancias han sido suficientes.