sábado, 26 de mayo de 2012

En tierra (again again)

Como si de una premonición se tratara, y si antes hablo de retrasos y cancelaciones de la TAP, me he quedado en tierra, esta vez en Guinea Bissau. Anulada queda pues la asistencia a la comunión de mis sobrinas segundas (sobrinas al fin y al cabo, sólo tengo tres primos y entre todos juntan tres criaturas) y alguna cita que, definitivamente, será atrasada (delayed, dicen en los aeropuertos) o llegaré yo tarde sin quererlo.

La compañía ha vendido la moto de las huelgas de controladores para cancelar el vuelo aunque todos sabemos que no es verdad: la huelga estaba convocada el 24 y 25, así que estábamos fuera de calendario. Sencillamente, están por tocar las narices. Lo malo del tema es que lejos de perjudicar gravemente a los políticos guineenses, están fastidiando principalmente a los expatriados, portugueses incluidos, que elegimos preferentemente una compañía europea para realizar esos traslados. Podríamos ir por Dakar o Casablanca, pero elegimos Lisboa. A la gente de Guinea Bissau no le dolerán prendas en ir por otro camino, al fin y al cabo les cuesta igual o algo menos.

Lo bueno: que no le he sacado aún la sangre a las perritas (tengo que llevarla a España para las pruebas de la rabia, son su pasaporte de vuelta), así que la tortura se demora, y tengo más tiempo para estar con mi cónyuge y hacer algo más de comida para el destierro.

Lo malo, además de lo ya señalado, es la incertidumbre que se genera para los siguientes viajes y la mala gestión voluntaria de la compañía, que no comunica las cancelaciones con tiempo ni permite otras opciones de movimiento a pesar de sus normas de cancelación de vuelos. En Europa será buena, pero aquí la TAP se está convirtiendo en una compañía informal y chapucera. Supongo que no le importa la imagen que da en un país tan pequeñito y pobre. ¿Quién se preocupa por nosotros?

En fin, habrá que tomarlo con resignación africana, espíritu estoico y buen humor. No voy a arreglar nada. Pero si a alguien se le ocurre cómo llenar de ronchas al piloto, o a la compañía, que lo diga. Estoy abierta a proposiciones indecentes. Odio las hegemonías.

jueves, 24 de mayo de 2012

Curiosidades

A veces en la vida descubrimos que lo aprendido en la infancia puede servirnos para toda la vida. El otro día, leyendo el blog de otra española que trabaja en Bissau, contaba que quiso hacer una barbacoa y no sabía encender el carbón; comentaba al respecto que no saber prender o hacer unas brasas, pescar o trepar a los árboles y tantas cosas más es frustrante en un país como éste.

A colación de su comentario vienen ahora a mi memoria las cosas que conocí en la niñez y juventud: como no éramos precisamente ricos aprendí a pintar paredes con mis padres, a arreglar enchufes y persianas, a dar blanco a las juntas de los azulejos, a coser, a hacer filetes de una pechuga, a despiezar un conejo… incluso, en el instituto aprendí algo de electricidad, algo de música, algo de deportes, danzas regionales, teatro… Mi madre me decía con frecuencia, dado mi afán por saber de todo, eso de “conocedor de mucho, experto en nada”. Tenía razón, claro, pero no se sabe hasta qué punto ese conocimiento general puede ser útil cuando uno se va al tercer mundo.

En primer lugar, porque pierdes el miedo a hacer reparaciones urgentes de menor o mayor envergadura y de algo te suena todo a la hora de usar herramientas varias; incluyo en este apartado montar muebles, fijar estanterías, conectar electrodomésticos, arreglar grifos, etc. En segundo, porque coges bajos de cortinas, arreglas cremalleras, coses rotos, zurces calcetines e incluso, si encuentras una telita mona, te puedes hacer algún modelito (sin cremallera, porque parece que aquí no las venden) sin ir al alfayate, porque aquí –igual que en el mundo árabe- los que confeccionan la ropa son hombres. En tercer lugar, puedes hacer pasta, bizcochos, pan y galletas, limpiar y despiezar pescado, picar con hacha trozos de carne para hacer lasaña, trocear con habilidad un pollo entero después de descongelado, claro (es que aquí no hay carnicerías, te los venden vivos y, aunque vi a mis tíos y padres de muy niña matar bichos, a eso no voy a llegar), y mil cosas más utilísimas en la cocina.

En el colmo del saber hacer, también puedo crear una paltaforma moodle, un blog (véase éste) o preparar una presentación en power point como si tal cosa.

Ayer redescubrí para qué servía la famosa ruletita de púas que está en mi costurero  desde que el mundo es mundo (tierna infancia). Quería obtener un patrón para hacer una casaquita y no tenía papel de seda, así que apañé el primer periódico que encontré y pensé… ¿y ahora qué, si esto no trasparenta? y repentinamente recordé que la ruletita es para pasarla sobre el patrón y dejar impresa la huella en cualquier papel que pongas por debajo. Y para, con papel de calco, pasarla por el patrón y dejarla impresa en cualquier tela. Eso lo hacíamos en clase de corte y confección cuando elaborábamos con periódicos ropa para muñecas antes de lanzarnos al patronaje humano: uníamos hojas de diarios con celo, marcábamos los contornos y luego todo era cortar, hilvanar y coser. Flipé yo solita. En fin, que vinieron bien las clases de costura que recibí a los catorce.

Lo que ya no sé es si estoy despertando aprendizajes antiguos por las necesidades del país o, con los años que tengo, estoy entrando en la demencia senil y me parece que cualquier tiempo pasado fue mejor y por eso lo recuerdo con semejante lucidez. En cualquier caso, hasta que no vuelva a España no voy a preocuparme; aquí este pseudo-alzheimer me viene perlas.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Tchuba y plagas


Creo que de esto ya hablé en alguna ocasión, pero a partir de ahora será frecuente que aparezca en mis entradas de blog. La sequía tiene su aquél, y que haga menos calor también; pero cuando llega la temporada de lluvias hay sucesos curiosos casi todos los días.

El viernes cayó el primer temporal sobre Bissau, con dos días de retraso sobre la fecha oficial de inicio de temporada. Como para compensar el hecho de haberse hecho esperar, fue extremadamente virulento. O eso me pareció. Tal vez ya no me acordara de cómo eran las lluvias tropicales.

El caso es que llovió y con la lluvia vinieron los truenos, los relámpagos que hacen de día la noche más cerrada, el agua como expulsada por una limpiadora a presión y un viento tremendísimo que trajo, para ser más imponente, toneladas de polvo del desierto. Qué gracia, el mismo día que habían vaticinado para España lluvias de barro. Aquí fueron oleadas de barro.

Todas las terrazas de la casa aparecieron después del temporal entoñadas en puera roja (no se veían los azulejos del suelo) y toda la parcela y la piscina, además, con una hermosa capa de ramas desgajadas y hojas, principalmente de eucalipto. La antena parabólica rodó de un lado a otro con un estruendo acongojante apenas sujeta por un cable; menos mal que no voló. Por supuesto, mi ardua labor de sellar los orificios de puertas y ventanas no pudo con la madre naturaleza y por la terraza superior entró un río de agua. Ése fue el balance de la primera lluvia.

Cuando pensamos que ya había pasado todo, el sábado, y justo cinco minutos antes de que aparecieran unos amigos para tomar algo en casa, llegó también la primera plaga: hormigas voladoras. Cuando digo plaga, no exagero. Tras dejar limpísima la casa, me senté a descansar y súbitamente comencé a oír un zumbido en el pasillo; al asomarme, vi el suelo de la entrada lleno de furmigas con alas. Las malditas entraban por la súper-selladísima puerta principal y se extendían a sus anchas por el interior de la casa. El Murphy de Bissau: cada vez que limpio, llega para hacer de las suyas.

Agarré el bloom max y comencé a fumigar a diestro y siniestro y, viendo que no cesaban de llegar, enarbolé el zum-zum-un-año-sin-insectos para intoxicar hasta al apuntador. Requerí la ayuda de mi marido (que venía de ducharse bien limpito) para que saliera al exterior a desinsectizar con todos los productos químicos a nuestro alcance con la estrategia de atacar por todos los frentes, y afortunadamente el número de intrusas empezó a disminuir. Fuera se oían golpes, ruidos… como en una película de miedo. Cuando mi amado esposo entró, tenía una espantosa capa de hormigas por todo el cuerpo. Se había quitado la camiseta, la había sacudido, se la había puesto y lo habían vuelto a colonizar. Asombroso. El guarda se esforzaba por barrer a los formícidos alados caídos en el combate, que se contaban por cientos. Que me muera ahorita mismo si miento. Parecía una alfombra negra. Ahora lamento no haber hecho una foto, pero no tenía tiempo: si abrías un resquicio de alguna puerta o ventana se colaban desesperadas, más aún tras el ataque químico realizado desde el exterior.

¿Cómo acabó la escena? Igual que llegaron, las hormigas se fueron. Como ya he dicho, las bajas entre los insectos se contaron por cientos. Mi pobre cónyuge tuvo que ducharse y cambiarse de ropa para acabar con las invasoras, que eran, por cierto, extremadamente pegajosas (supongo que por el calor y la humedad). Yo, entre tanto, hube de barrer, fregar e intentar disimular el olor a insecticida que impregnó toda la casa.

Afortunadamente, la mayoría de los invitados llegaron tarde, una costumbre muy normal aquí, y eso nos dio tiempo para poner todo en orden nuevamente. Según fueron entrando les sacudimos los insectos que traían en la cabeza. Aún así, pasé la velada recogiendo con la mopa a las hormigas que entraban a morir al salón por alguna rendija que todavía no he localizado. Bueno, como aventura no está mal. Creo que faltan la de grillos, saltamontes, langostas, arañas… y la de la mardita marabunta, aunque ésa ya ha avisado y ayer se quiso comer un poco a mis perritas. País.

domingo, 20 de mayo de 2012

Impasse

Siempre me ha hecho gracia esa palabra. La usan mucho en casa de mi marido, con el significado habitual de “situación atascada” o “momento crucial para tomar una decisión”. Según la RAE, un impasse es voz francesa que significa “situación de difícil o imposible resolución, o en la que no se produce ningún avance”; en español equivale a las expresiones callejón sin salida o punto muerto; a veces se utiliza erróneamente por compás de espera, expresión que significa, simplemente, “detención temporal de un asunto”. Yo no la había utilizado en la vida, pero ahora me parece muy adecuada. Podría decir que la situación en Bissau está en un eterno impasse. No creo que vaya a pasar nunca nada.

Más allá del golpe de Estado, la vida continúa de manera caprichosa en este lugar del mundo. A pesar de la falta de gobierno desde hace más de un mes, las oficinas ministeriales con alguna recaudación están abiertas porque es la forma de ganar dinero. En lugar de ir a las arcas estatales, lo que se cobra paga a los militares y algo queda para los funcionarios. Los policías en las calles paran más coches que nunca (oh multas, todas sois iguales) y la aduana portuaria abre unas horitas por la mañana. No necesitan más que cobrar un poco.

Por la contra, bares y restaurantes están en baja: por las noches se sale mucho menos y los proyectos de cooperación que terminaron no se reponen, así que los trabajadores de ONG’s y organismos internacionales se vuelven a sus tierras. El toque de queda no anulado formalmente hace de retén inconsciente.

Como para hacer un favor y ralentizar el destierro, la TAP interrumpe de forma irregular sus vuelos, dificultando la movilidad y reteniendo a las personas que entran y salen (que quieren hacerlo, vamos) en Lisboa y Bissau sin previo aviso. Tienen pocos viajeros y anulan viajes sin preaviso, dando un toque de emoción al hecho de volar. ¿Podré, no podré? La Junta Militar ha publicado una lista de personas que no pueden abandonar el país que ahora mismo no tiene mucho sentido, porque salir del país es casi una proeza (como entrar).

Nosotros, pues, seguimos en ese impasse esperando que un inesperado acuerdo ponga un Gobierno en marcha, que la actividad económica se normalice, que ocurra un milagro y llegue de verdad la democracia… Estamos en el mismo impasse del tiempo, que espera la lluvia desde hace días y tchuba ka ta tchubi, pinga, que dicen, pero no cae agua. Con bochorno, humedad y calor que avisan la tormenta, pero sin atisbos de desenlace.

Al menos el viernes llegó el primer temporal. Lo arrasó todo. Esperemos que el movimiento político no sea tan virulento.