lunes, 17 de octubre de 2011

Bichos


No voy a hablar de ninguna película, no, sino de bichos de verdad, de ésos que uno sólo ve en las películas. Bichos pequeños y sorprendentes, como casi todo aquí.

El sábado pasado salimos a pasear con las perras por los alrededores, con toda la prevención que el desconocimiento de la fauna local nos impone y la certeza de que nos rodean, sin verlas, serpientes y linguanas (una especie de iguana grande, creo), además de ratas, cerdos y otros animales más tradicionales. Lo que no nos esperábamos era que nos atacaran hormigas. Sí, sí, hormigas en apariencia corrientes y molientes. Caminábamos tranquilos cuando, sin darnos cuenta, pasamos por encima de una no hilera, sino masa, de hormigas que cruzaba de un lado a otro del camino. Acto seguido, las perras comenzaron a revolcarse por la tierra como si tuvieran parásitos. Nos acercamos a ellas con el fin de revisarlas y, para nuestra sorpresa, descubrimos que tenían decenas de hormigas subiendo por las patas.

Intentamos quitárselas, claro, pero al ver que era misión imposible, las cogimos en brazos y atravesamos, ahora con mil precauciones, el río negro de hormigas para poder limpiarlas con detenimiento en casa. A esas alturas, a mi marido también le mordían ya en los tobillos y la premura por volver fue, casi, graciosa. Tardamos más de media hora en eliminar esos pequeños insectos de las perras, aunque todavía apareció alguna muerta al día siguiente. Treparon por el pelo de nuestras pobres mascotas y se aferraron a cualquier milímetro de piel libre en sus patas, barriga, orejas… mientras nosotros hacíamos esfuerzos denodados por arrancárselas. ¡Hasta Sidi participó en el proceso! Cuando las arrancábamos, las cabezas de algunas seguían clavadas a los animales como si fueran garrapatas. Asombroso. Temblé pensando en aquella película, Marabunta, ¿recordáis?


El domingo vivimos otra experiencia curiosa con bichos “habituales”; eso sí, menos incómoda, al menos para nuestros canes. Cayó la noche (aquí la noche cae de golpe) y vimos sorprendidos cómo, por una pequeña rendija existente entre una puerta del salón que da al jardín y el suelo (las puertas con tanta humedad se deforman y dejan mil orificios para entrar y salir), comenzaron a entrar no una marabunta de hormigas, sino de ¡ARAÑAS! ¿Qué os parece? No dábamos crédito. Ni los productos insecticidas las hacían retroceder, aunque sí lograron disuadir a unas cuantas de entrar. Al final, nuevamente hubo una masacre de insectos perpetrada por dos occidentales atónitos. Creo que eliminamos a más de treinta. Lo triste es que me da pena pensar que exterminamos a tantas.

Habrá que intentar cerrar tantos agujeros como sea posible poco a poco; aún no ha empezado la invasión de bichos que sigue a la temporada de lluvia. ¿Sobreviviremos? Porque, a pesar del insecticidio, ellos seguro que sí.

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