Desde hace dos semanas, la malaria, o el palú, como aquí llaman a esta enfermedad, nos tiene rodeados. Primero fue Bernardita, luego Sidi, luego los hijos de algunos empleados… sabiendo que íbamos a viajar pronto a España, la vida se volvió una silenciosa carrera contra-reloj para ver qué llegaba antes: si el palú o el viaje.
Finalmente, el palú nos ganó la partida. Después de echarle la culpa de nuestros males a una cenita, al trabajo, al calor y varias excusas más, mi marido se hizo la prueba, que dio, lógicamente, positiva. Me quedé con ganas de matar a todo el vecindario. Porque aquí, cuando estás mal, primero te tomas un paracetamol, y como quita los dolores musculares, pues ya no vas al médico, que es caro, ni tomas medicinas, que son caras (aunque las pagamos nosotros), y te quedas una semanita más mareando la perdiz. Tiempo de sobra para transmitir la enfermedad a los de al lado.
Esta vez, en lugar de inyecciones de quinina, tomamos mefloquina como tratamiento alternativo. Lo cierto es que la malaria no nos estaba matando; la mefloquina lo ha intentado seriamente. Unas pocas horas después de tomar la primera parte de la dosis de choque comenzamos a sentirnos mareados, sensación que al finalizar el tratamiento (mil pastillas en seis horas) nos produjo un “globo” que nos dura aún. Mareo constante, náuseas constantes… tanto que, a pesar de que ya sólo flotamos un poco, hemos retrasado el viaje a España hasta el domingo, con el coste que eso supone.
Queda claro que en África, la innovación no es una buena idea. Las inyecciones de quinina duelen, pero no fastidian. El tan cacareado tratamiento contra la malaria que recomiendan los médicos occidentales nos ha dejado fuera de juego más días que la propia enfermedad. Lo bueno: que las perritas seguirán con nosotros unos días más, incluida la adoptada, Isi, que nos ha cuidado al pie de la cama como la que más. Con perras así, quién necesita médicos?
Lo malo (además del retraso del viaje y tal), que la casa sigue sin ser colocada. Antes me faltaba un nivel para montar los armarios de la cocina, y ahora no me nivelo yo ni para estar derecha un ratito (mardito Murphy, proclamo).
Moraleja: donde esté un buen gin-tonic, que se quiten las drogas de diseño. Dónde va a parar. Pena que dicen que a la tónica le han quitado la quinina. No somos nadie.
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