Durante unos días hemos sufrido la asuencia de conexión a Internet en Bissau. No sólo nosotros, la mayor parte de la ciudad se quedó sin ella. La empresa sufrió un accidente (dicen que robaron los cables, no es difícil de creer, ya vi que en España se robara el cobre de las farolas) que ha tardado cuatro días en reparar. Esta ausencia se unió a la muerte de la antena de televisión (hace más de un mes que no la vemos).
Lo cierto es que el primer día pensé ¿qué hago tantas horas si no puedo conectarme?, pero a los quince minutos se me ocurrieron cientos de actividades que realizar, máxime cuando no necesito en este momento la world wide web para el trabajo. En un santiamén saqué las telitas y entre la tarde del primer día y el segundo me hice un pantalón. Luego abrí el abandonado libro de portugués y me enfrasqué en los ejercicios. A esas opciones se añadieron la lectura y una ampliación del horario de Pilates, actividades culinarias (oye, qué bueno sale el brioche) y un sinfín de pequeñas ocupaciones entre las cuales la estrella ha sido el peinado y adecentamiento de las perras, que falta les hacía.
Cuando el miércoles por la tarde volvió a exisitir Internet, ya no lo necesitaba más que para ver el correo. Por cierto que llegaron mensajes esperados de amigas y todos con buenas noticias. La moraleja es clara: sin el ordenador -computador lo llaman aquí- y sin la tele se aprovecha más el tiempo. A ver si lo asumo y dejo de perder horas delante de ambos. Bueno, de la tele no, que no la hemos arreglado. Ya me hartaré de la informática, si todo va bien, cuando comience el curso. Ahora, al portugués de cabeza, que me examino en septiembre.
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