Unas están especializadas en construcción y venden azulejos,
sanitarios, pisos de pvc, carretillos y otros instrumentos destinados a ese
fin. Otras ofrecen recambios de autos, o son bazares donde encontrar casi de
todo. Junto a estas construcciones, delante y detrás, se apelotonan puestos de
venta, unos más informales, compuestos de mesas de madera o telas extendidas en
el suelo, y otros más elaborados, con techos de uralita y paredes de adobe,
divisiones de madera y multitud de palos donde colgar las mercancías.
En Bandim se puede comprar ropa nueva y de segunda mano,
comida (creo que ya hablé del pan, las harinas, los pescados secos, los animales
vivos…), calzado, estores de caña, muebles, féretros, productos chinos como
lámparas portátiles de led, linternas, mecheros, radios, teléfonos móviles...
también telas y otra multitud de curiosidades.
Ya había estado una vez en la calle principal con una amiga
guineense, pero el sábado lo visité con varias blancas -como en el chiste: una
portuguesa, una sueca, una alemana y dos españolas… adivinad en qué hablamos- y
nos metimos, alentadas por la más experimentada, entre los vericuetos y
pasadizos de una calle lateral en busca de la tela perdida. Ésa era una de mis
aspiraciones, adentrarme por los intrincados caminos del mercado de Bandim.
El olor, por supuesto, al principio fue impactante. La
entrada estaba cerca de una “carnicería” donde los efluvios de vísceras llenas
de moscas, pedazos de patas con piel (no preguntéis cuál era el animal, no lo
sé) y grandes piezas de carne de ternera nos saludaron largamente. Imaginad la
cara de una de mis compañeras de expedición, vegana ella. El suelo lo recorrían
mil regatos de lo que suponía era agua, la gente se apiñaba en estrechos
espacios y se refrescaba con bolsas y botellas de agua, mojándose las manos y
el cuerpo. A la carnicería siguieron en una pequeña plaza, hecha entre los
puestos, las fruterías, las tiendas de pescado seco (otro no tan seco, pero más
hediondo) y otros vendedores de comestibles: harinas, especias, azúcar,
legumbres, pasta… todo ello a granel. Al
fondo estaban las tiendas de panos.
Hechas las compras iniciales, incluidas botellas de vino blanco
y tinto, atravesamos el laberinto de mesas y puertas abiertas hasta llegar a la
calle principal. En el camino pude ver droguerías que ofrecían todo tipo de
productos, entre los que descubrí una colonia de Carolina Herrera (tu-guan-tu).
Cuando quise reaccionar, ya había llegado a las tiendas de ropa de segunda
mano, siguiente destino en nuestro
periplo.
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Bandim un poco después, con la lluvia amainando |
La experiencia finalizó cuando comenzaron a recoger las mercancías precipitadamente y nos invitaron a irnos. Llegaba la lluvia. Pero eso ya lo he contado. Ése fue el fin de la primera incursión y sólo compré dos telitas. Pero la próxima vez… ¡ay la próxima vez…!
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