lunes, 23 de julio de 2012

Bandim

Es una historia que tenía pendiente y no quiero echarla en el olvido. El sábado día 14 estuve en Bandim, el mercado de todo que ocupa el centro de Bissau. Para entendernos, es como si las calles principales de la cuidad fueran un extenso centro comercial. Allí se encuentra  el mayor número de “lojas” (tiendas) del país en las que uno puede encontrar -casi- de todo.

Unas están especializadas en construcción y venden azulejos, sanitarios, pisos de pvc, carretillos y otros instrumentos destinados a ese fin. Otras ofrecen recambios de autos, o son bazares donde encontrar casi de todo. Junto a estas construcciones, delante y detrás, se apelotonan puestos de venta, unos más informales, compuestos de mesas de madera o telas extendidas en el suelo, y otros más elaborados, con techos de uralita y paredes de adobe, divisiones de madera y multitud de palos donde colgar las mercancías.

En Bandim se puede comprar ropa nueva y de segunda mano, comida (creo que ya hablé del pan, las harinas, los pescados secos, los animales vivos…), calzado, estores de caña, muebles, féretros, productos chinos como lámparas portátiles de led, linternas, mecheros, radios, teléfonos móviles... también telas y otra multitud de curiosidades.

Ya había estado una vez en la calle principal con una amiga guineense, pero el sábado lo visité con varias blancas -como en el chiste: una portuguesa, una sueca, una alemana y dos españolas… adivinad en qué hablamos- y nos metimos, alentadas por la más experimentada, entre los vericuetos y pasadizos de una calle lateral en busca de la tela perdida. Ésa era una de mis aspiraciones, adentrarme por los intrincados caminos del mercado de Bandim.

El olor, por supuesto, al principio fue impactante. La entrada estaba cerca de una “carnicería” donde los efluvios de vísceras llenas de moscas, pedazos de patas con piel (no preguntéis cuál era el animal, no lo sé) y grandes piezas de carne de ternera nos saludaron largamente. Imaginad la cara de una de mis compañeras de expedición, vegana ella. El suelo lo recorrían mil regatos de lo que suponía era agua, la gente se apiñaba en estrechos espacios y se refrescaba con bolsas y botellas de agua, mojándose las manos y el cuerpo. A la carnicería siguieron en una pequeña plaza, hecha entre los puestos, las fruterías, las tiendas de pescado seco (otro no tan seco, pero más hediondo) y otros vendedores de comestibles: harinas, especias, azúcar, legumbres, pasta… todo ello a granel. Al fondo estaban las tiendas de panos.

Hechas las compras iniciales, incluidas botellas de vino blanco y tinto, atravesamos el laberinto de mesas y puertas abiertas hasta llegar a la calle principal. En el camino pude ver droguerías que ofrecían todo tipo de productos, entre los que descubrí una colonia de Carolina Herrera (tu-guan-tu). Cuando quise reaccionar, ya había llegado a las tiendas de ropa de segunda mano,  siguiente destino en nuestro periplo.


Bandim un poco después, con la lluvia amainando
Pese a los olores, el primer espacio no fue muy sofocante. La carencia de techos o los techados de paja permitían el paso del aire, y no tuvimos mucha sensación de calor. Este nuevo espacio, más moderno y con cubiertas de uralita, claro, era un mini horno. No había un exceso de gente, pero sí una gran carencia de espacio. Para pasar entre la ropa había que ir inclinada y para ver los vestidos y demás debíamos asomarnos desde detrás de mil perchas. Varias de las expedicionarias comenzaron a elegir y probarse ropa sobre la que llevaban puesta, gran proeza con el calor que hacía, mientras que otras, ya derrotas, las mirábamos divertidas y realizábamos comentarios como très jolie, um bocadinho grande, very nice, too short, etc. etc. Sorprendentemente por la poca afluencia de turistas, siempre encontramos a alguien que chapurreara inglés.
 La experiencia finalizó cuando comenzaron a recoger las mercancías precipitadamente y nos invitaron a irnos. Llegaba la lluvia. Pero eso ya lo he contado. Ése fue el fin de la primera incursión y sólo compré dos telitas. Pero la próxima vez… ¡ay la próxima vez…!

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