viernes, 27 de julio de 2012

Fole y olé

Los experimentos frutículas van dando fruto, y venciendo los resquemores iniciales la degustación de productos nacionales empieza a ser muy agradable. Digo venciendo los resquemores porque ahí os pongo la apariencia del fruto de hoy: el fole o foli. Su aspecto es, cuando menos, poco agradable; yo pensé que eran frutas algo estropeadas que se vendían en la calle. Repito que la ignorancia no es buena consejera, aunque algún día diré lo mismo de la audacia catadora.
 
El caso es que no he encontrado su traducción al castellano ni su nombre científico, así que sólo puedo repetir lo que viene en el diccionario de Kriol, "fruto duma planta trepadeira borrachifera" de sabor acidulado. Lo cierto es que cuando lo abrí en casa me recordó algo que otra persona escribió en un blog. Cuando abres la cáscara, dura y gruesa, aparece una pulpa amarilla que semeja los lóbulos de un cerebro por fuera, y abierta a la mitad una flor gruesa. Imagino que es familia del maracuyá, de la guayaba y demás trepadoras exóticas. Aquí dicen que es muy rica en ácido fólico, y que por eso se llama así.


Preparar el zumo -aún no me atreví a probarlo entero- es el ritual habitual de los jugos africanos. Deshaces el fruto en gajos, añades azúcar y lo frotas frotas frotas hasta que se vuelve blando y jugoso. Entonces exprimes exprimes exprimes hasta que ves que la carne que rodea a las semillas se va deshilachando y, conjugando amasado y agua, extraes el néctar. Es una ardua tarea (aunque parezca broma se tarda un rato largo, el cambio de materia sólida a gelatinosa requiere un tiempo) que exige una cuidadosa higiene de las manos antes de comenzar; no sólo de los dedos, sino de uñas y muñecas también. No sabe una hasta dónde se pringa en estas situaciones, sobre todo con mi inexperiencia en la fabricación de zumos artesanales africanos.

El resultado de tanta manipulación es un jugo amarillo, cuya acidez y densidad se regula con la adición de agua y de azúcar, más de lo primero que de lo segundo. Realmente no necesita mucho dulzor, el justo para forzar la mutación de la carne en papilla. Está muy bueno. Realmente, como dicen aquí, gusto mucho de él; después de hacer deporte, cuando hace mucho calor, un vasito o dos de este líquido bien fresquito refresca y recompone. Supongo que os haréis la pregunta de por qué me decidí a probarlo, tan reticente como soy a estas incursiones cuando el aspecto externo no invita y el proceso es tan "pringante". Os lo diré: la semana pasada un amigo, que cambia de destino y abandonará Bissau en los próximos días, nos invitó a cenar a su casa y nos obsequió con un cóctel de invención propia: Martini con zumo de fole, en una proporción de un cuarto/tres cuartos. El resultado fue espectacular, al menos para nosotros. Reconozco que lo he repetido en casa y a alguna persona (eso sí, los menos) no le ha apasionado.

Así que he añadido otro exótico zumo a mi vida: el de fole. Sólo le veo dos inconvenientes: que fuera de temporada no hay fole y que cuando me vaya a España tampoco lo habrá. En fin, procuraré no acostumbrarme en exceso a él. Y eso que me gusta hasta sin Martini.

¡Zumo listo!

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