La reflexion acerca del hospital vino a cuento de una visita que hice a unas dentistas que han venido a recorrer Guinea Bissau para hacer una campaña de salud buco dental. Las doctoras realizan sobre todo extracciones y tratamientos de flúor para niños; los empastes -que ya no son gratis- los derivan a dos centros que realizan ese tipo de tratamientos y endodoncias. Dejé pendiente ese tema y ahora lo retomo para no olvidar las impresiones del día.
En principio, mi idea no era ir a verlas, sino a hablar con María, una española afincada aquí y que colabora con organizaciones, asociaciones y voluntarios. Al llegar al hospital, la encontré haciendo de recepcionista de las dentistas, pasando lista, dando citas y anotando los tratamientos. Ese es el inicio. Estaba en una puerta, junto a dos bancos en los que algunas personas aguardaban su turno y enfrente de una habitación con niños enfermos. Una de las mujeres que aguardaba su turno tenía un bebé en el regazo, al que amamantaba de forma casi ininterrumpida, y un hombre sostenía a un niño de edad indefinida (entre uno y tres años) dsenutrido y enfermo que recibe tratamiento en el centro. A través de la puerta se veía a tres mujeres blancas con batas, mascarillas e instrumental en ristre. Dos estaban trabajando (o intentándolo) con dos mujeres sentadas en sendas sillas; una, debajo de una ventana, la otra en la pared de enfrente con una linterna en la frente. La tercera estaba sentada en una silla de plástico y tenía sobre el regazo a otra mujer sentada a horcajadas en una silla y reclinada hacia atrás. Qué maña tienen, pensé.
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Barreños para higien del material |
El caso es que saludé a María, me empezaron a hablar varias de las mujeres que esperaban, saludé rápidamente y cuando me quise dar cuenta, tras el habitual ofrecimiento de ¿necesitáis ayuda? me vi con dos pares de guantes de látex en las manos lavando y esterilizando instrumental, agarrando manos de pacientes muy nerviosas, tapándoles los ojos, sacando y enfocando una linterna cuando se fue la luz... Así trabajan, y en ello va una pequeña crítica al país. Sé que tiene poco, pero cuando van a trabajar gratis los médicos de otros países, podían al menos ponerles ayuda. No digo mucha, pero un auxiliar para, por ejemplo, limpiar los aparatos y que puedan seguir trabajando, mantener la electricidad constante o ponerles fuentes auxiliares de luz por si la corriente falla (algo, por cierto, muy corriente)... algo. A veces da la sensación de que no sólo no agradecen (institucionalmente, digo) esta colaboración, sino que casi les molesta.
Ellas, las doctoras, por su parte, ponen imaginación, maña, horas y horas (cuando llegué a las once de la mañana algunas aún no habían desayunado), instrumental prestado por compañeros que traen en el vuelo, días de vacaciones que emplean en ayudar, y a veces un mes sin sueldo. No perciben dinero por su trabajo, nada de nada. Se pagan su billete de avión y facturan sus maletas, y cuando salen de la consulta se llevan encima las herramientas porque valen un pastón y no son suyas. Viven en casas de cooperantes que trabajan aquí, con las lógicas restricciones de agua y luz, porque no pueden permitirse el lujo de pagar un hotel.
Los pacientes ponen voluntad, van como al matadero: muchos no han sido jamás atendidos por un dentista. Cuando les ponen la anestesia, se asustan al notar el adormecimiento de la boca, creen que se marean, se angustian... algunas y algunos lo resisten con fuerza y valentía; otros, como un joven muy musculado y gracioso, según entró se desnudó de cintura para arriba, se resbaló en la silla, abrió los brazos y medio murió en esa posición, mareado y asustado.
El trabajo que realizan es encomiable. Su labor fundamental es extraer piezas o restos de piezas que quedan en las bocas por caries, rotura o desgaste. Esta vez han tenido que trabajárselo más, porque una de las normas para una correcta cicatrización es no escupir en cuatro días y estamos en Ramadán; el Corán prohíbe comer en las horas de luz (de cinco y media de la mañana a siete y media de la tarde) y entre el concepto de no comer se incluye no tragar ni saliva, con lo cual escupir, en estos días, es ley de Alá.
En los ratitos de descanso, o mientras esperaban a que una anestesia hiciera efecto, salían a conversar con los pacientes, a jugar con las niñas de la sala de enfrente, a visitar otras habitaciones... Sobre la una y media del mediodía por fin salimos a "desayunar": cruasanes, minipizzas, zumos y cafés. Son animosas, dispuestas. Curiosamente, como decía en la entrada anterior, todas mujeres. No van a cambiar el país, ni a mejorarlo sustancialmente, pero igual que una pulga puede llenar de ronchas a un maquinista, ellas mejoran sustancialmente la vida de algunas personas limpiando sus encías, eliminando infecciones, dando consejos de higiene. Loable su trabajo y su dedicación. Verdaderas voluntarias cooperantes, anónimas, que no reciben dinero a cambio de su entrega; sólo el agradecimiento de la gente del país y, por supuesto, el reconocimiento de los que sabemos que existen.
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