sábado, 12 de enero de 2013

Pis-rea y té de jazmín

Esta entrada de comida, además de denunciar nuevamente mi ignorancia alimenticia, tiene el pecado mayor de que voy a alabar un animal muy apreciado en las cocinas gallegas y en general del norte de España que, como buena nativa de interior, no había probado en mi vida. En mi descargo he de decir que, si bien el famoso mero o capitán no me sonaba ni de vista, la raya, raia o pis-rea, la conocía bien, sólo que no me había llamado la atención nunca comerla.

Un día que fui al puerto unas mujeres me la ofrecieron, eran unos peces pequeños y decidí que era hora de probarla, sobre todo teniendo en cuenta que me los dejaban a precio de saldo: seis por setenta y cinco céntimos de euro. Hecha la compra, la primera acción, cómo no, fue abrir Internet y ver cómo se limpian esos bichos. Lamentable el hecho de que muchos vídeos de youtube son de pescadores y las despiezan estando vivas, lo cual me parece repugnante.

Así queda, más o menos, la parte limpia y comestible de una raya. Foto: comerciogalicia.es
 
Resumiendo, el experimento fue un éxito y la caldeirada de raya nos pareció, al santo de mi marido que todo lo prueba de buen grado, y a mí, una delicia. Animada por la experiencia positiva, y porque otra persona estaba interesada en adquirir un ejemplar grande para hacerlo con matequilla negra (creo que es una exquisitez), el jueves compré en el puerto por el reducido precio de nueve euros y medio un animal de proporciones más que respetables (como siempre, pena de foto, ocupaba todo el maletero) que hube de limpiar y preparar en el jardín con la manguera porque no había en la cocina espacio donde hacerlo. La compra y posterior despiece del animal dejaron al personal alucinado, y Sidi pasó la hora entera que me estuve peleando con los cuchillos atónito y sorprendido ante semejante trabajo.

El resultado de tanto esfuerzo y unas ampollas respetables en las manos fue un convite, hoy, para comer raya a la meunière en casa de un amigo, regada con vinos de albariño. El anfitrión me regaló un bote de té de jazmín chino con el que ahora mismo entono el espíritu ante el ordenador.

Moraleja: la vida en Guinea-Bissau está siempre llena de esas pequeñas delicias: un guiso sofisticado, un vino de la tierra y un té delicioso, todo por diez euros. La compañía y la conversación, más que agradables, lo que no tiene precio. No se puede pedir más.

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