sábado, 11 de febrero de 2012

Puera

Durante tres días el sol se escondió en Bissau. El primero, al ver el amanecer oscuro y brumoso, pensamos que el tiempo estaba “sereno”, que dicen aquí, incluso le pregunté al guardia: tchuba na tchubi? -léase chúba na chúbi, o lo que es lo mismo, ¿va a llover?-, algo harto improbable, pero quién sabe con esto del cambio del cambio climático.

La realidad es que teníamos kunfentú, viento estacional frío que trae masas de polvo del desierto, polvo fino e impalpable, con tal densidad que en ocasiones no somos capaces de ver dos metros más allá de nuestros ojos. Eso, unido a cierta bajada de las temperaturas, nos recordó a nuestra tierra, famosa por sus nieblas persistentes. Pero no es de nostalgia de lo que quiero hablar, sino de polvo.
La puera es descomunalmente invasora, con la fuerza que tienen aquí casi todos los fenómenos atmosféricos. En los caminos sin asfaltar que recorren la ciudad, la gente se tapa la boca con mascarillas, pañuelos, cuellos de camiseta subidos hasta encima de la nariz… incluso con las manos; la consecuencia más palpable es que la mayoría de las personas tienen ataques de alergia, tos, mocos, cansancio… Una densa capa roja cubre muebles, suelos, árboles y todo lo que existe sobre la tierra ("fungulinti"). Incluso, su persistencia puede poner en peligro o quemar las castañas de cajú, el recurso más productivo del país.

En fin, que a falta de polución industrial, contaminación lumínica y automovilística y fríos invernales, aquí padecemos ataques de polvo del desierto y mosquitos, lo que nos recuerda que en todas partes hay enfermedades, y que sólo hay que buscarlas para darse de bruces con ellas. Si no están cubiertas de puera, claro

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