jueves, 21 de junio de 2012

A umidade

Es mañana de cuarta (jueves) en el inicio de temporada de lluvias. Su paso es progresivo pero imparable. Comenzó lloviendo una vez, luego dos en una semana, ahora ya vamos hacia las tres. Dicen que en agosto hay una o dos semanas en que llueve todo el día, eso sí, sin tormenta.

Pero mientras llegan las lluvias gordas la humedad hace acto de presencia de forma silenciosa. Es curioso que sin lluvia pueda ir creciendo esa sensación de calor sofocante que provoca la humedad. Ella hace que, sin haber caído aún mucha agua, las paredes de la casa empiecen a descascarillarse y quede al aire el muro, o que las puertas comiencen a atrancarse y algunas ya no se puedan abrir, o que empiece a oler a moho en los cuartos cerrados. Un buen momento para ventilar los armarios y poner una plantación de champiñones, supongo.

Otra de las consecuencias de a umidade es el calor que uno siente en sus propias carnes. Como dirían en el telediario de la Uno, la “sensación de calor” es inmensa; y más que de calor, de agobio. Puedes estar sentado frente a una ventana, sentir la brisa y pensar “qué bien, qué fresquito” y mientras estar sudando de forma ininterrumpida hasta empapar la ropa.

Contra la humedad, aire acondicionado. Cuando ya no podemos más, cerramos puertas y secamos el ambiente con el aire a medio gas, sobre 26 o 27 grados. Menos no, porque si no cuando sales de casa te derrites como un helado. Hay que no desfasarse mucho con los taitantos de temperatura exterior. Luego, con el ambiente más sequito, te pones a quitar la pintura abombada de las paredes, a cepillar los restos y poner selladora, lijar, pintar… y ya estás deshidratado y encharcado.

Las perras, para compensar que sólo regulan la temperatura por la boca, en momentos de alta tensión me persiguen por la casa pidiendo refrigeración, Dama sobre todo, y en el momento en que oyen el aire acondicionado se tumban en el suelo y se relajan dejando que el aparato haga el trabajo por ellas. Modernidades y adaptación al medio, imagino.

Lo sorprendente de la humedad es que es independiente de la temperatura. Vale, son de 34 a 37 grados, pero eso en el interior de España es hasta soportable. No difiere tanto de los 28 a 34 de meses anteriores. Es sólo que el cuerpo transpira por partes inimaginables y que, una vez que ha aprendido a hacerlo (y gracias a Dios, en caso contrario moriríamos de un sofoco), el fenómeno fisiológico se realiza sin parar. En mi caso, creo que probablemente cinco o seis kilos menos aliviarían algo la situación, pero no es el momento de dietas o pastillas adelgazantes. La última que tomé una infusión de cola de caballo la tensión se me fue a la ultratumba.

Por eso, contra a umidade, ar condicionado, água e soro, bananas ricas en potasio y a veces vitaminas, para no desmineralizarse. Ahora sí que necesitamos días de hidratación en España. Igual de calientes, pero más secos

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