Tal vez por eso no salí los primeros días a saludar a los niños, y eso que les he traído, esta vez sí, una maleta llena de botas de fútbol con clavos y sin ellos, donadas generosamente por compañeros de mis sobrinos. Quizá porque me da pena verlos y dejarlos de ver una y otra vez. Finalmente, ayer quedé con ellos e hicimos la entrega. Fue divertido, porque a medida que encontraban su número (o no, o elegían las que más les gustaban con la condición de que 1- les entrara el pie, 2- no les sobrara medio zapato y 3- no se coge más de un par por cabeza) crecía su alegría y terminamos con un desparrame de regalos: equipamientos de la selección española, balones de fútbol...
Todo el equipo en posición, hasta Distino, el can |
Casi fue un encuentro familiar. Nos quedamos todos en el porche de casa y dejamos que pasaran hasta los perros de Bafón, Distino y Deuste, que todavía cuando nos oyen o entran en casa buscan a mis perras como locos; el pequeño Deuste para jugar, y con Distino nunca se sabe. Elías se quedó sin botas porque tiene un número muy grande -el 45- y nadie nos había dado calzado de ese tamaño; tendré que comprale unas aquí para que pueda jugar con el equipo del barrio. Y Erik y Guatna se quedaron sin uniformes porque eran muy grandes para ellos y los adultos de la casa se los iban a quitar en un segundo. Esos tendrán que esperar a la vuelta de Semana Santa para vestirse de la Roja.
Y héteme aquí arreglando cordones |
Hoy tocó visitar a las mujeres del mercado y comprar lo que necesitaba y lo que no, hay que hacerles un poco de gasto a todas. Usé mis contactos para mostrarle al padre de una amiga dos centros educativos y nos dimos un baño de masas entre enanos de seis a ocho años. No estuvo mal. Lo miro todo como si fuera ya mío -me cuesta poco integrarlo- y como si fuera a dejar de serlo.
A partir de ahora cada entrada será un descubrimiento y una casi despedida. Quizá no en la pantalla del ordenador, pero sí en mi memoria.
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