lunes, 10 de octubre de 2011

Abeto (Alberto)

De entre las muchas cosas que mi marido nos contaba por correo al llegar a Bissau una de ellas era la fragilidad de las personas; su fortaleza y, a la vez, su vulnerabilidad a las enfermedades. Nos decía que podías conocer a una persona y que, al día siguiente, estuviera muerta. ¿De qué? De nada; estaba doente, estaba enfermo. Era una razón muy frecuente en los años 40, 50 y hasta 60 en España. Uno se moría porque estaba enfermo, porque Dios lo quería o por alguna razón semejante. Pero no voy a hablar de muertos, no.

Tener contacto con la gente del país es ir conociendo su fortaleza y su debilidad. Hoy hemos descubierto que Abeto, uno de los niños “perdidos” que vive en la casa abandonada que hay junto a la nuestra, está enfermo. También hemos descubierto que no es abandonado, y la pandilla de niños que vive con él y corretea por la calle son, salvo dos, hermanos. Hoy vimos a un Abeto desconocido, muy formal, con camisa y pantalones, de la mano de una mujer joven, guapa, vestida de añil. No lo reconocimos. Cuando nos sobrepasó, susurró: branco pequenho, y mi marido se sobresaltó y le contestó: ¡preto pequeninho, Abeto!

La mujer nos miró y nos dijo que estaba doente. Como le preguntamos, nos explicó que había ido al hospital y que tenía “corpo”. Al volver a casa le inquirimos a Sidi por Abeto y la mujer. Descubrimos que es su madre, que es una mujer fuerte (bien corageouse, dijo exactemente) que trabaja todo el día vendiendo en el mercado y deja aquí solos a los niños porque no tiene quién la ayude. Que el padre de los chicos es un excombatiente que no se ocupa de ellos, y que la valerosa mujer cuida de los chiquillos y de dos jóvenes que habitan junto a la familia.

Esta es la casa de Abeto. ¿Veis la ropa secando? Sin agua ni luz, claro!

También descubrimos que el simpático Abeto estuvo desde que nació tres años en el hospital, que allí aprendió a hablar y a andar, y que tiene un problema de corazón congénito. Eso nos lo contó su hermano. Mi marido ha vuelto a casa algo triste. Desde que se instaló aquí, solo, casi sin luz y sin agua, los chiquillos que le gritaban ¡branco! han sido una de sus alegrías. Sin excesivas confianzas, pero haciendo siempre compañía. Niños perdidos que lavan su ropa y hacen la comida, que juegan al fútbol en la calle y se asustan de nuestras perras. Y, de entre ellos, el preto pequeninho de Abeto fue el primero que le habló y que se le acercó, el que le hizo sentirse en casa.

Lo dicho, que la vida aquí es fuerte y a la vez frágil, y ese niño que para nosotros era símbolo de alegría y vitalidad, ahora se ha convertido en un interrogante.

branco pequenho: blanco pequeño
preto: negro
corpo: cuerpo

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