lunes, 26 de diciembre de 2011

Navidades diferentes

 
Hoy, día 26 de diciembre, iniciaba el padre Jorge, misionero brasileño, un viaje que lo llevará a pasar parte de las Navidades en un lugar bien diferente al mío. El padre dirige el CIFAP de la localidad de Bula, un centro de formación profesional en el que, entre otros oficios, se aprende carpintería, y así lo conocí: yo necesitaba una estantería y él tiene alumnos y necesidad de realizar trabajos para lograr que el centro sea autosuficiente.

A veces el padre Jorge se desespera, porque ve poca demanda de trabajo y falta de organización en las familias: lo poco que ganan los alumnos se acaba rápido, ya que muchas personas dependen de una sola. En Guinea-Bissau se mantiene la familia extensa, el que tiene comparte con los familiares que no tienen, y por familiares se entiende padres, hermanos, tíos, primos, sobrinos, vecinos... Eso dificulta la subsistencia con un pequeño sueldo. La parte buena es que si necesitan que cuiden de sus hijos, o levantar una casa de adobe, toda la familia ayuda.
 
Una de las casas de Sierra Leona

(foto:
http://www.aiutareibambini.it/)
En fin, el padre Jorge dejará su familiar Bula hoy para iniciar un viaje que lo llevará a pasar media Navidad en Sierra Leona. No está contento, más bien triste. Va a visitar los centros de formación y poblados de acogida para niños soldado. Me contó que la realidad de estos jóvenes ex-combatientes es muy dura, que les cuesta mantener la atención, organizar el cerebro, estar tranquilos. Que a él lo inquieta y le deja desolación en el cuerpo y el alma. Esperaba que, esta vez, la sensación fuera más positiva, más alegre. Comparada con su pacífica familia de Bula, Sierra Leona le genera inquietud, y viendo ese país piensa que no es justo quejarse de lo que tiene. Espero que este año el viaje le resulte agradable, y que cuando nos veamos, allá por el 10 de enero, pueda hablarme de esperanza y recuperación. Ese es un buen regalo de Navidad.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Distancia (y añoranza)

Aterricé en España el lunes 12 y ya echo de menos Bissau. Allí han quedado mi marido y las perritas, a las que no veré hasta dentro de casi un mes. Añoraba el frío castellano, del que estoy recibiendo mi parte, y ahora extraño el calor de allí. Para vengarse de mi huída del país, me picaron mil bichos los pies, y me dejaron acribillada. Creo que se apostaron en el aeropuerto y hasta que no me dejaron un recuerdo duradero no pararon.

Durante los últimos días, disfruté viendo en las calles luces de colores, festejando la tan próxima Navidad; sentí nostalgia de la tierra y me pareció magnífico venir a preparar la casa para estas fiestas. Pero ahora, tan lejos de mis otros tres cuartos, la ostentación lumínica de España me parece excesiva, y la discreta sorpresa de las escasas luces guineenses, privadas y alimentadas con gasoil, tiene un toque de intimidad sorprendente. Polvo rojo y luces navideñas a más de treinta grados para recordar nieblas blancas y luces brillantes. Y sin grados, porque en Madrid creo que se han olvidado de encender la calefacción.

Así que nunca está una conforme del todo. Lo cierto es que la distancia, esta vez, me ha venido bien. Tendré tiempo para reflexionar y para adquirir perspectiva sobre mi vida allí, reformar ideas y adoptar nuevas posiciones ante los retos que la vida africana me depara. Porque el cambio es tanto que a veces parece que no podré digerirlo, y sin embargo ahora, desde la distancia, siento añoranza, y pienso que ésa es una buena señal: en la balanza, al menos, pesan lo mismo lo bueno y lo complicado. Claro que tener allí a los seres queridos ayuda a inclinarla.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Africanner

Hay días en Bissau que me despierto apasionada de África. A pesar del calor y los, de momento, pocos espacios de ocio para nosotros que tiene el país. A pesar de la pereza que da coger el coche para ir a hacer algo. Esa pasión aparece de pronto y a mi marido le asombra.
Ocurre, sobre todo, como ayer, cuando él conduce por el centro de la ciudad y voy mirando las calles. Bandim me fascina, y a veces me entran ganas locas de bajar y empezar a pasear entre los puestos del mercado para ver qué venden. Me mata la curiosidad, porque se abre en mil pasadizos entre puesto y puesto. En cuanto sepa algo de criollo (o mucho) lo haré, acompañada, claro, por alguien del país para no perderme en el laberinto multicolor.



Cruce de Chapas con Bandim


Otras veces, más inconsciente aún, me entra la gula. Cuando miro los puestos de la calle, están salpicados de pequeños vendedores que ofrecen comida preparada: arroz con o sin salsa, carne grillada (en barbacoa), pescado seco, bolsitas de plástico con zumo de cabeçera y otras frutas que tienes que morder por una esquina para beber, huevos cocidos, pan reciente y variedades de bizcochos y bollitos. Los guineenses son golosos, y en cualquier esquina hay montañas de bizcochos recientes. Cuando llega la noche (la nuit tombe, del francés, es más exacto) los vendedores ponen en el centro, entre las barras de pan, una vela, y toda la comida toma un tono rojizo llamativo.

Puede que un día me suelte la melena y decida arriesgar mi estómago frágil de blanca en Bandim, probando todo lo que llame mi atención y comprando harina de arroz al peso, chabéu, malagueta y otros sugerentes ingredientes de la comida tradicional guineense. Pollo no, ni cabrito, porque te lo venden vivo y tengo que matarlo, y sé que terminaría en casa jugando con las perras y a mi marido le daría un pasmo. Pero si está muerto o seco, valdrá.

Un día seré medio africana, con ropa del mercadillo de Bandim y comiendo a dos carrillos la comida de la calle. Aunque luego, europea debilucha como soy, me caiga muerta.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Entretanto



Hermosa y típica vista de la Cidade Velha
Entre mi cumpleaños, mi santo y la vuelta a España, si la TAP no mantiene la huelga, nos hemos ido a Praia, Cabo Verde, por razones laborales. Esperábamos un mundo muy diferente al de Guinea-Bissau, y nos habíamos creado muchas expectativas. Lo cierto es que está más desarrollado, es más moderno. Ambos países tienen una cara y una cruz.

Aquí hace menos calor y se disfruta del mar (se ven las olas) que el eterno manglar de Bissau nos niega. Y nos hablan del buen ambiente de la colonia de expatraidos, que se reúne frecuentemente para realizar barbacoas y eventos varios.Y hay menos bichos, por ende menos enfermedades.

A pesar de ello, es África también, y los materiales de construcción y las estructuras de las casa son similares, aunque las islas están mucho más urbanizadas. Tienen también problemas de abastecimiento de agua y luz, aunque menores. El ambiente y el tiempo africanos son iguales, con un criollo distinto y un portugués similar. Praia está entre África y Europa. Y eso no es malo, sino enormemente bueno.

Bissau es verde a rabiar, frente a la sequedad que ya presenta Praia, y la gente es más afable, o eso parece. Para nosotros, lógicamente, es más familiar. No sabría con cuál quedarme, ya que, al fin y al cabo, son hermanas de padre. Y con respecto a la colonia blanca de Bissau, lo que me parece es que deberíamos realizar más actividades de confraternización allá, para tener un ambiente que evite a los recién llegados sentirse solos. Tal vez más demanda daría lugar a más oferta. Sólo tal vez.
En eso, que no compete al país africano, sino a nosotros mismos, tirón de orejas para los expatriados.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Compás de espera

Desde hace unos días se viene hablando en Bissau de la salud (o la falta de salud) del presidente de la República, Malam Bacai Sanha. Fue hospitalizado en Dakar hace seis días y de allí partió al hospital militar de Val-de-Grâce, en París. Esa noticia no ha sido nada prometedora. Como ya dije una vez, lo mejor que le puede pasar a este país es que no pase nada.
A raíz de su ingreso parece que todo el mundo va tomando posiciones, hay destituciones y viajes no programados, y el Ejército está silencioso en sus cuarteles, lo cual no parece buena señal. Tanto por nuestra seguridad como por el bien del país, la estabilidad era atisbo de mejoría; incluso favorecía la llegada de ayuda internacional. Ahora, sin embargo, la posible muerte del Presidente hace crecer el miedo a un nuevo golpe de Estado, y con él llegaría el fin de una pequeña época dorada y Guinea-Bissau retrocedería hasta 2009.
No voy a negar que la incertidumbre de un golpe de Estado me atosiga, y que me inquieto por mí y por mi familia. Pero también me da pena pensar que el egoísmo de políticos y militares que velan por sus intereses principlamente y que son acusados de corrupción desde algunas instancias, pueda impedir el avance de un país cuyo futuro podría ser muy prometedor dada su riqueza natural, la belleza de su paisaje y la amabilidad de su gente. Que haya dirigentes que no vean más allá del momento presente.

Si fueran capaces de avanzar hacia una democracia real, asegurarían, tanto los políticos como los militares y sus descendientes, una vida mucho mejor, incluso dentro de Bissau. En Europa, la mayoría de los ricos ricos aspira a vivir lujosamente en su tierra. En este país, la gente sueña con tener dinero para marchar a gastarlo en el extranjero y vive en esta tierra que ama poderosamente pero con las estrecheces que conllevan la ausencia de agua corriente, higiene y sanidad, carencias que afectan tanto a ricos como a pobres.

No quiero que suene todo esto a lamento. Ya sabremos qué pasa, y probablemente en poco tiempo. Me gustaría pensar que, como se ha dicho en los últimos meses, el país evoluciona hacia un mayor desarrollo y una mayor estabilidad. Pero si esta reflexión sirviera para que, venga quien venga después, convirtiera en ejes del nuevo gobierno la educación y la salud, la vida en Guinea-Bissau daría un giro vertiginoso y se convertiría en un reflejo del paraíso.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Cambios

Pasado momento del cambio electoral, he comenzado a fijarme en los cambios que se han operado en Bissau en los últimos días. Las lluvias se han ido sin despedirse, parece que faltó la "lluvia fina que moja los huesos de los difuntos", que claramente debería de haber caído el 1 o 2 de noviembre (no lo hizo), y la escasez de agua este año (quién lo diría) preocupa a la población. Dicen que empezó a llover muy tarde (antes era en mayo, este año se retrasó hasta finales de junio) y que ha llovido poco. Primer cambio: el cambio climático universal.


¿Lo intuís, ahí, a la derecha?
La lluvia se va, pues, y deja paso al polvo. Me hubiera gustado tomar una instantánea de guineenses protegidos por máscaras o pañuelos para que fuerais conscientes de lo molesto que resulta, pero sólo he sacado polvo a través del cristal. La tierra es rojiza y muy volátil, y la falta de asfalto hace que todo Bissau esté a veces entre tinieblas encarnadas. A veces cuesta ver más allá de un palmo, y aún más distinguir a la población que camina por calzadas sin aceras ni espacio para deambular mínimamente protegidos. Parecen espíritus. Lo bueno es que la temperatura baja. O eso dicen. Segundo cambio climático, pero autóctono.

Isi, el día antes de irse
Isi, la perrita adoptada, se marchó al poco de llegar nosotros. He de decir que mi mini schnauzer lo ha agradecido muchísimo, pero los humanos echamos en falta sus ladridos. En una casa sin timbre, era el mejor aviso contra intrusos. Espero que ella nos eche de menos un poco, al menos por el jardín que tenemos. Tercer cambio: volvemos a ser los mismos de antes (en número, en lo demás somos cada día mejores, je)

La casa avanza despacio, olvidé traer una sierra radial para la encimera de la cocina (¿a qué mujer se le puede olvidar eso, eh?) y aquí no es fácil encontrar una. Ni difícil. Llevo buscando casi una semana. Y ya tenemos tele, quiero decir que ya vemos el canal internacional de Televisión española, que es hasta donde llega la tecnología. Ahora habrá que hacer un club de expatriados para que dejen de poner bazofia en horas punta. Odio Águila roja y Amar en tiempos revueltos. He dicho. Cuarto cambio: a veces sabemos qué pasa en España (¿seguro?).


Greta, después de que Isi se fuera
Algunos españoles se van, por fin de contrato o concurso de traslados (semos funcionarios en todas partes) y empezamos con las despedidas. Supongo que en breve (en enero) haremos recibimientos. Quinto cambio: cambio a lo Julio Iglesias: unos que vienen…

Hay un cambio que espero que ocurra, no en Bissau, sino en España, y es que mi madre recupere la movilidad de la mano izquierda, de la que se operó ayer. Creo que quiere empezar el año con mejor mano. Será, a diferencia de los otros, un cambio a todas luces para mejor.

En el gobierno, de momento, las cosas no cambian. Contrariamente a Europa, donde se piensa que mudando de presidente variarán los mercados (con el hambre que tienen, lo dudo), aquí que se mantenga el mismo es toda una proeza y un atisbo de mejoría. Así que el mayor cambio, en Bissau, es que en fondo no ha cambiado nada.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Elecciones

Ayer seguimos de lejos, de muy lejos, las elecciones españolas. El triunfo aplastante del PP y la debacle del PSOE. Asistimos al proceso con la melancolía del que está lejos, pero sobre todo con la indignación del expatriado que, como una gran mayoría de los que andan por el mundo, se ha quedado sin poder ejercer su derecho al voto por alguna razón extraña que no alcanzamos a entender.

En la reunión para hacer el seguimiento de los resultados electorales hubo un denominador común: esta democracia española está coja, pero muy coja. Mal funciona una conciencia democrática si el gobierno de un país no vela porque todos sus ciudadanos puedan votar. Otras reivindicaciones comunes fueron la necesidad de reformar el sistema electoral, pedir las famosas listas abiertas y, de una vez, que a cada persona le corresponda un voto. Ya está bien de maquillajes y jueguecitos. Todos, ciudadanos normales y políticos de turno, necesitamos tener las mismas oportunidades, y eso significa también acceder de forma igualitaria al derecho democrático.

Dicho esto, ahora nos queda la inmensa incertidumbre de lo que queda por venir. Habrá que hacerse fuertes y aguantar el embate. Que será fuerte.

martes, 15 de noviembre de 2011

Televisión

Casi había olvidado la noche de Bissau. Y no hablo de la noche fiestera, sino del caer del día, que ocupa desde las siete de la tarde hasta casi medianoche. Tiene un encanto especial, que me recuerda por qué aún me fascina el país. En una tierra donde se carece de todo: electricidad, agua, comodidades… la gente busca el medio de estar al día e informado. Una opción es la radio, que en estos lares hace furor; por la calle se ven cientos de personas con una radio a pilas pegada a la oreja. Entonces entiendes el valor de las ondas, que dan la vida a un pueblo que no puede pagar otro medio de comunicación. Pero verdaderamente llamativo es cómo suplen la carencia de televisión. Y ahí es donde se unen la noche y la información.

Cuando cae la noche, las tascas y tiendecitas que tienen electricidad se iluminan con luces tenues; las tiendas con luces blancas, los bares con azules, verdes y rosas. Al fondo de algunas de estas instalaciones, que pueden ser desde chabolas a contenedores rehabilitados con terraza, se ve parpadear una luz ante la que se agolpa la gente: son las televisiones. Aquí, como todas las cosas, la información tiene un precio, y ver la televisión cuesta dinero. Concretamente, desde 50 francos cefas, lo que equivale a unos siete céntimos de euro con cincuenta. La gente paga sus francos y, a veces portando su propio mini taburete, se sienta delante de la caja que aquí llamamos “tonta” para recibir información y ver el mundo desde la ventana parpadeante del televisor.

En un país sin cines, ni posibilidad de tener otros recursos, una tele y, a veces, un vídeo o DVD convierten un cuarto en una improvisada sala de proyecciones donde se ven películas o sesiones de televisión. Ganan en interés los partidos de fútbol y las telenovelas, aunque también los informativos.

Es verdaderamente curioso ver a la población sentada en montoncitos, sus cabezas iluminadas por la luz suave que proyecta el aparato, con un silencio casi reverente, como islas en el frenesí de compra-venta que puebla la noche de Bissau. Con un espacio para ver y soñar, pero también para saber. Por eso, además de las telenovelas, la televisión africana en lengua portuguesa está llena de informativos y documentales. Como en España hace años, cuando la telebasura no nos había invadido. Ah, y algún concurso millonario. Eso sí hace furor.

jueves, 10 de noviembre de 2011

En casa (la otra)

          Ayer de madrugada, tras más de doce horas de viaje, llegamos a Bissau. Las perritas nos saludaron con alegría pausada (parece que ya se impregnaron del espíritu del país) y nos tranquilizamos al ver que estaban bien. En casa, todo el mundo se ha tomado vacaciones, así que están las cosas manga por hombro. Voy a crear fama de mujer de hierro exigiendo limpieza y orden. En fin, es lo que hay.

           
Otoño de camino a África
La partida fue un momento triste. Zamora está hermosísima estos días; cuando el otoño se muestra tal como es, húmedo y colorido, lleno de rojos, ocres, dorados, verdes… los chopos, plátanos, acacias y demás árboles caducos dibujan el paisaje con tonos vivos, que se unen a los que ofrecen viñas, frutales y huertas en sus momentos finales. El Duero baja hacia Portugal repleto de agua y enmarcado por alamedas otoñales. Es verdaderamente relajante. En eso coincidimos mi marido y yo. Probablemente ésta es la estación más bonita del año.

          Por eso nos dio pena dejar nuestra tierra. En Bissau nos esperaban el azul y el verde, el sol radiante, el cielo claro (acabaron las lluvias) y la selva furibunda. Y el aire acondicionado, claro, porque el calor sigue presente, aunque algo menos intenso que cuando partimos.

          Ahora, unas horas después, la vida ha vuelto a su ritmo: cojo el bajo de cortinas, monto muebles, las perras se tumban a mis pies… Parece que nunca hubiéramos viajado a España. Es la rutina que se impone con fuerza. Eso es bueno. Significa que esta vida es ya la nuestra también, y que aunque no lo sintamos llegar, nos hacemos algo más ciudadanos del mundo, parte también de la vida de este rincón de África que se está convirtiendo, por unos años, en nuestra casa también. 


lunes, 7 de noviembre de 2011

En capilla

Después de una semana de estancia en España, viajecitos para ver a los amigos, comidas abundantes casi excesivas y mucho relax, empezamos a preparar el camino de retorno. Parecemos hormigas haciendo acopio de provisiones para el invierno, más bien para el eterno verano. La lista de objetos transportables se amplía a cada momento, y nos convertimos en selectores por razones más que extrañas: el peso, la caducidad, la transportabilidad, la necesidad...

A la recolección se unen las prioridades necias: hacer una foto del otoño antes de irnos, ya que a la vuelta será invierno; comer o cenar en determinado sitio, visitar Sanabria o Portugal... los días no dan más de sí y muchas de estas otras tareas quedarán pendientes hasta el próximo viaje.

Por otro lado, estamos impacientes por ver a las perras, y saber si sobreviven bien o están más asfixiadas de la cuenta. Hay mucho trabajo pendiente en Bissau (ahora me acuerdo de los muebles) y poco tiempo para hacerlo, ya que diciembre aguarda a la vuelta de la esquina. La próxima entrada será ya nostálgica, seguro que repleta de incidencias sorprendentes. De momento, el miércoles haremos la facturación on line y partiremos en largo viaje hasta casa. La otra, allende los mares.

martes, 1 de noviembre de 2011

En casa

Es la primera vez que hago el camino de retorno a casa. Ha sido un viaje largo y cansado, pero arribar definitivamente a Zamora nos ayudó a llevarlo con alegría. Lo cierto es que esperábamos llegar a la civilización para vivir confortablemente unos días, pero olvidé poner en orden algunos instrumentos caseros y tenemos inundación en la casa. 
Afortunadamente, hay agua caliente; no sé si había comentado que en Bissau no tenemos más que en un baño, y es el que ha estado con inundaciones y goteras, así que estaba deseando darme una ducha calentita y lo he logrado. Eso y la chimenea han compensado la falta de calefacción.

Una comida con la familia, ver a los sobrinos, a los hijos de los amigos y a los amigos ha completado el lote inicial con balance positivo. Y hay tele, ahí es nada. Con eso no me hubiera conformado en otros tiempos, pero esto es todo un lujo. Sólo falta que las perritas estén bien, y casi podríamos decir que rozamos la felicidad.

Con qué poquito nos conformamos.

domingo, 30 de octubre de 2011

Espera


Tras el retraso en el vuelo que nos llevaría a España, los días se han vuelto un poco raros. Es verdad que ya no me tambaleo, con lo que, al menos, he montado los armarios del dormitorio; sólo me queda fijarlos a la pared y ponerles las puertas y accesorios, pero parece que el tiempo quisiera transcurrir lentamente, y nosotros esperamos impacientes poder, definitivamente, volar hoy, domingo.

Por un lado me da pena. Es la primera vez que van a quedar aquí solas las perras, y no tienen en estos países costumbre de cuidar perros con pelo. Los tratan bien, pero de ahí a pedirles que los cepillen a diario… así que me remuerde la conciencia y las he revisado concienzudamente antes del viaje. Supongo que las echaremos mucho de menos, y que nos preocuparemos por ellas todo el tiempo. Dama no ha superado el enorme calor que tiene, y a veces se agobia mucho; a Greta le encontré en el bigote hasta una espina de pescado (¿de dónde la sacaría?) y la pequeña bichón Isi era un nudo de arriba abajo. Así que cogí las tijeras y he podado un poco a las tres. ¡Pobres!

Por otro lado, como llevo enclaustrada tanto tiempo entre el bricolaje y la convalecencia, espero impaciente el momento de poder llegar a España y salir libremente a la calle. Eso aquí tampoco puedo hacerlo de momento, porque el coche no está matriculado y no debo moverlo de casa. La sensación de claustrofobia que da a veces Bissau es, como todo aquí, asombroso. No hay barreras que separen unas zonas de otras, ni una real sensación de peligro que impida el libre movimiento. Antes bien, los occidentales, incluidas las mujeres, van y vienen, en general, con tranquilidad por la calle y el país. Con precauciones, como en todas partes, pero con tranquilidad.

La claustrofobia viene de no saber a dónde ir. La ciudad posee pocos entretenimientos (no voy a estar comprando máscaras todo el día) y el país tiene pocos lugares que visitar. Y los que tiene, hay que pagarlos. Así que, si te quieres mover, tienes que gastar dinero, tanto si te quedas como si te vas.

Por eso estos días de espera son inciertos. Entre las enfermedades y demás, parece que se inclina una hacia la melancolía, y la impaciencia por viajar empieza hasta a turbar el sueño. Aunque mi marido no me lo dice, sé que a él le ocurre con más fuerza, pues lleva aquí un mes más que yo. Y no es que estemos mal, no; es sólo que hemos dilatado la partida y la espera nos llena de dudas. Estamos deseando respirar el frío de Zamora.

sábado, 29 de octubre de 2011

Anastasio


El viernes pasado acudimos al Centro Cultural Francés para escuchar una actuación musical protagonizada por un cantautor novel del país llamado Anastasio. Las composiciones de los cantautores guineenses son de base étnica, con melodías tradicionales que recuerdan a la música jamaicana. ¿Por qué será? Los temas, siempre recurrentes: la pobreza, la falta de oportunidades, la carencia de atención sanitaria, la precaria educación de los niños…

El espectáculo fue, personalmente, más que interesante. Dejando fuera el hecho de que musicalmente resultó monótono (no sé si fueron cuatro o cinco canciones en casi hora y media), ver estas actuaciones es toda una experiencia. Comenzó con una artista invitada que nos metió en ambiente con una canción y un baile muy tradicionales. Después, la música de Anastasio se impuso y comenzó a interpretar-improvisar sus composiciones, incorporando a la letra las personalidades que veía en la sala, cuestiones de actualidad como la nueva carretera y los semáforos (tenemos carretera pero escuela no tenemos, y así), y la participación de organismos oficiales en la reconstrucción de Bissau (agradeciéndolo, claro). Muy como la trova cubana. Con guitarra, bajo, percusión, saxo (eh, Miguel Ángel, aquí te quiero ver), teclado (sois muchos, mirad a ver, Fede y compañía)... que improvisaban y hacían variaciones sobre un tema central. ¡Cómo hubieran disfrutado improvisando con ellos los del COMBO CIM!

A medida que el intérprete recitaba-cantaba, la gente comenzó a participar coreando-gritando (casi aullando a veces), aplaudiendo fragmentos, e incluso se levantaba y bailaba. Dentro del auditorio ¿eh? Si lo aplaudían mucho, se animaba e improvisaba un poco más sobre el mismo tema. De vez en cuando preguntaba si estábamos bien, como los payasos de la tele, y teníamos que gritar: beeemmm! Me quedé de piedra cuando vi a una mujer que, muy arreglada con un precioso vestido tradicional, se levantó, subió al escenario y le dio un billete al cantante. Me dijeron que son reminiscencias de los antiguos trovadores, a los que se les pagaba por cantar y que vivían de ello. Chocante. Durante la actuación esto se repitió varias veces.



No se ve mucho, pero podéis haceros una idea...

En la segunda canción entraron a bailar tres niños (dos chicas y un chico) de unos diez años que pertenecen a un grupo de danzas tradicionales africanas. Tremendamente impresionante ver cómo se mueven de bien. Los blancos no tenemos nada que hacer frente a estas personas que nacen con el ritmo y el movimiento en el cuerpo. Luego me explicaron que hay clases de danza africana en la calle, en Bandim, y que a las blancas nos enseñan esas niñas, porque como tenemos un nivel tan bajo, les sobra para darnos sopas con onda. Me he propuesto aprender algo de eso. Creo que las clases comienzan cuando acaban las lluvias, me informaré.

Anastasio se emocionó, el público también, y luego vino otro hecho interesante. No sólo suben a darle dinero, no, ni bailan en los asientos y gritan y corean. Además, dejan un micrófono libre por si alguien sube a cantar con ellos, cosa que un joven apasionado hizo en la segunda recita-canción, y el público, si quiere, sube y baila con los músicos y el cantante. Toda una comunión artista-espectadores. Pena de fotos! Pensé que les molestaría que hiciera, pero al final todo el mundo sacaba instantáneas sin parar. Y yo, escondida con el teléfono!!!

Luego, en el descanso, entregaron al cantante un diploma de Embajador de Caridad de una agrupación italiana de Cáritas, ya que Anastasio colabora con esta institución, y el estatus diplomático, para que pueda ir por el mundo llevando la voz de Bissau. El acto acabó con la última composición bailada por los niños, Anastasio, la ministra de Cultura, el secretario de Presidencia, fray Michael, el director del Centro Cultural Francés, dos entusiasmadas… había casi más personas sobre el escenario que mirando. Y una niña-bailarina pasando un cuenco para recoger donaciones. Toda una experiencia de comunión cultural.

viernes, 28 de octubre de 2011

Luz

 A veces la vida na Guinea-Bissau se vuelve complicada de la forma más tonta. La suma de pequeños contratiempos puede convertir una existencia tranquila en una estancia tormentosa en cuestión de segundos. No hace falta que sean desgracias, sino sólo pequeños y desafortunados incidentes que coinciden y dan a la existencia un aire de desaliento.

Un ejemplo de ello es que, en los últimos días, hemos sufrido la malaria, los efectos secundarios de un medicamento muy fuerte, hemos retrasado el vuelo a España, con el coste que eso supone, hemos sufrido extrañas erupciones (probablemente como consecuencia del medicamento) y, finalmente, nos hemos quedado sin luz.

Una por una, las incidencias no son graves: estamos más saludables, y si hubiera médico las erupciones no serían preocupantes, ya hemos tenido alguna en España, y, bueno, como dice mi suegra, en cuanto al coste de los billetes “buenos son mis bienes que remedian mis males”. Lo de la luz es una cuestión distinta, porque a veces nuestro proveedor se olvida de nosotros y somos la única casa alrededor sin iluminación, y cuando eso ocurre, generalmente, se descarga la batería del generador y no podemos disponer de nuestra propia corriente.

Un día caluroso, extremadamente, una regular situación física y la suma de incomodidades que añade la carencia de electricidad (no agua, no música, no fresco, no nada) vuelve sombría con asombrosa rapidez la existencia aquí. Nos sustentamos de cosas pequeñas: tener luz, ver películas en casa, cenar a veces con amigos… Bissau no tiene lujos de ningún tipo; carece de casi todo lo que los occidentales consideramos comodidad, no se parece de lejos a ninguna capital de país africano cercano. Senegal, Mali… poseen espacios donde encontramos refugio para los blancos débiles. En Bissau, vivir bien es, con suerte, lograr un poco de confortabilidad procurada que exprimimos al máximo. Cuando la máxima generadora de ese confort, la luz, desaparece, la vida se vuelve oscura como la noche africana.

Este triste panorama me recuerda lo inmensamente torpes, o avanzados, que nos hemos vuelto. Lo cierto es que podemos decir que los africanos sobreviven mejor, que necesitamos más cosas de las realmente importantes. Aquí no es así. Vivimos apurando el agua, la energía, la comida… Cierto que los guineenses, sin electricidad, sobreviven mejor. Pero también es cierto que esa torpeza que nos ha procurado disponer de comodidades y nos impide vivir como ellos hace que nuestra esperanza de vida casi los duplique.

La energía eléctrica trae consigo la higiene, la sanidad, el manejo de aparatos que pueden salvar vidas. Incluso la comunicación puede salvarnos. Realmente parece que el mayor pecado que un gobernante puede cometer contra su pueblo es permitir que viva sin electricidad. Y en África hay aún muchos países que carecen de ella. Los países desarrollados cuando hablamos de pobreza nos referimos a la vivienda, la sanidad, la educación… y nos olvidamos de la luz. La luz es desarrollo. Olvidarlo, es el tributo de nuestro propio egoísmo. Estamos tan acostumbrados a ella que no la valoramos.

No se emplean medios adecuados para conseguir generar energía de forma sencilla y accesible. Con ello nos tienen atrapados. No existe comparación entre la inversión en desarrollo armamentístico o informático y el de la energía eléctrica. Vivimos, como hace más de un siglo, supeditados al petróleo y a quienes lo poseen, que impiden o frenan el avance de tecnologías más baratas. Cabo Verde, Bissau, y muchos países de África viven de generadores inmensos que queman cantidades ingentes de petróleo a la hora.

Esa es la gran injusticia que habría que combatir. Porque en ella, además de África, estamos presos todos los hombres. La energía nos esclaviza y nos priva de libertad. Es ella la que crea las crisis y las destruye. En el fondo, la misma lucha que en el principio de los tiempos: conseguir luz para sobrevivir, se ha convertido en “racionarla y manejarla” para someter. Pensad, si no, en la manera en que aumenta, cada poco, la factura de la electricidad en Europa. Un lujo al que un día, Dios no lo quiera, casi nadie podrá acceder, sólo unos cuantos poderosos. Al final, Mad Max será profética.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Nos tienen rodeados

Desde hace dos semanas, la malaria, o el palú, como aquí llaman a esta enfermedad, nos tiene rodeados. Primero fue Bernardita, luego Sidi, luego los hijos de algunos empleados… sabiendo que íbamos a viajar pronto a España, la vida se volvió una silenciosa carrera contra-reloj para ver qué llegaba antes: si el palú o el viaje.

Finalmente, el palú nos ganó la partida. Después de echarle la culpa de nuestros males a una cenita, al trabajo, al calor y varias excusas más, mi marido se hizo la prueba, que dio, lógicamente, positiva. Me quedé con ganas de matar a todo el vecindario. Porque aquí, cuando estás mal, primero te tomas un paracetamol, y como quita los dolores musculares, pues ya no vas al médico, que es caro, ni tomas medicinas, que son caras (aunque las pagamos nosotros), y te quedas una semanita más mareando la perdiz. Tiempo de sobra para transmitir la enfermedad a los de al lado.

Esta vez, en lugar de inyecciones de quinina, tomamos mefloquina como tratamiento alternativo. Lo cierto es que la malaria no nos estaba matando; la mefloquina lo ha intentado seriamente. Unas pocas horas después de tomar la primera parte de la dosis de choque comenzamos a sentirnos mareados, sensación que al finalizar el tratamiento (mil pastillas en seis horas) nos produjo un “globo” que nos dura aún. Mareo constante, náuseas constantes… tanto que, a pesar de que ya sólo flotamos un poco, hemos retrasado el viaje a España hasta el domingo, con el coste que eso supone.

Queda claro que en África, la innovación no es una buena idea. Las inyecciones de quinina duelen, pero no fastidian. El tan cacareado tratamiento contra la malaria que recomiendan los médicos occidentales nos ha dejado fuera de juego más días que la propia enfermedad. Lo bueno: que las perritas seguirán con nosotros unos días más, incluida la adoptada, Isi, que nos ha cuidado al pie de la cama como la que más. Con perras así, quién necesita médicos?

Lo malo (además del retraso del viaje y tal), que la casa sigue sin ser colocada. Antes me faltaba un nivel para montar los armarios de la cocina, y ahora no me nivelo yo ni para estar derecha un ratito (mardito Murphy, proclamo).

Moraleja: donde esté un buen gin-tonic, que se quiten las drogas de diseño. Dónde va a parar. Pena que dicen que a la tónica le han quitado la quinina. No somos nadie.

jueves, 20 de octubre de 2011

El regateo del blanco

 A la semana de llegar a Bissau, una amiga me llevó a ver los sitios donde compramos los blancos. Los “supermercados” (de momento son naves con estanterías y productos agolpados en cantidad, que no en variedad) más nutridos, las tiendas de carne congelada (puedo elegir: portuguesa o uruguaya) y el mercado central. Me explicó que los blancos compramos en el mercado central porque en Bandim o el puerto hay que regatear, te pueden robar el bolso y si no sabes criollo estás perdido (/a)
En fin, que llegadas al mercado central, me llevó a dos o tres “puestos” donde comprar cosas y me recitó los precios que tenía pactados con los vendedores (ellos/as dicen que son nuestros “clientes”) después de muchos regateos. No recuerdo ninguno, ésa es la verdad, porque dichos así, de golpe, mientras das manos y dices ka misti a todo lo que te ofrecen (hasta a lo que necesitaría) no son fáciles de recordar. Además en francos cefas, que es una moneda devaluadísima. Te dicen cinco mil y tú piensas: “ahivá la pera (puede traducirse en tacos, es que el blog es público y no quiero palabras malsonantes), estos me arruinan”, y resulta que lo te piden son siete euros con cincuenta.

El caso es que uno llega, hace clientes a unos cuantos, regatea con ellos precios que son “razonables”, te vas tan contento y cuando le dices orgullosa a tus conocidos del país lo que te ha costado algo, te miran como si estuvieras loca y te dicen que es muy caro. Para ellos, que compran en tiendas de nativos, los precios están marcados muy a la baja, aunque regateen también lo suyo. Argumentan que ni el puerto ni Bandim son peligrosos, y que lo que tengo que hacer es falar criollo y lanzarme al regateo. ¡Yo! ¡Yo, que si me ponen cara de pena les doy el dinero y ni compro ni ná!


Ellos compran aquí, con más barullo, pero más barato!

Ahora que las obras y las reparaciones han entrado en mi vida, resulta que también tengo que regatear el precio del trabajo y la mano de obra. ¿Ochenta mil? No, no, como mucho sesenta… A mí esto no se me da bien. Si lo traduzco a euros, me parece razonable, pero si lo pienso con el nivel del país, es un robo. El quiz del tú-me-pides-pero-yo-te-doy no lo tengo pillado, no. Hay que regatear el médico, el taxi, las reparaciones del taller... Y al final, para quedar como un blanco.

Echo de menos a las “niñas” del cole; algunas de ellas regateaban que era una maravilla. Creo que invitaré a dos o tres para que me pacten los precios en el mercado central. O mejor en el puerto y Bandim, que son más baratos. Que me consigan unos buenos clientes, y tira millas. Seguro que consiguen que me hagan las reparaciones gratis. Yo, a cambio, les enseño un país peculiar y les regalo unos bolsos de piel. Eso sí, el precio que lo negocien ellas.


Ka misti: no necesito
Falar criollo: hablar criollo, ¡pues claro!

miércoles, 19 de octubre de 2011

Amigos

Desde el jueves pasado he salido a la calle en tres ocasiones: una a comprar productos de limpieza y dos el mismo día para comer fuera y cenar fuera (el sábado). Con tanto personal en casa y tanto trabajo, cualquiera se iba un rato... a lo peor al volver había más gente todavía! ¡Si hasta nos han dejado una perrita en adopción tres semanas!

Los chicos han terminado su trabajo, pero al canalizador parece que le cuesta marchar, no lo hará hasta mañana (joé, la cocina está maldita). Voy a decirle a Sidi que no le dé ni agua, a ver si así se despide. Queda el carpintero, que ha vuelto con energías renovadas. El día que no haya nadie, me voy a sentir desamparada.

Bueno, que con lo pingo que yo era, llevo casi una semana encerrada en casa. Me he dado cuenta de lo lejos que queda la vida de España. Si no oigo las noticias, el mundo “civilizado” desaparece a toda prisa. Ya no sé qué hay de la huelga de los profesores madrileños, cómo va la economía (la de verdad, no la de los bancos), qué hace la gente de mi tierra, qué dicen los políticos… aunque esto último, ciertamente, me importa bien poco… no creo que digan nada distinto, sólo más alto y más fuerte, como vienen las elecciones… Ni siquiera sé de qué voy a despotricar cuando llegue a España. ¡Estaré fuera de juego!
 
El caso es que algunos amigos (uso el masculino genérico, amigas y amigos) me han enviado hoy mensajes y correos, y me doy cuenta de que si no mantengo esa línea con el mundo que dejé hace casi un mes, toda la realidad española se me desdibuja. Si cierro los ojos, en lugar de caras amigas veo instrucciones de Ikea y un tipo gordito rascándose la cabeza. Voy a matricularme en idiomas o en algo, porque estudiar me recuerda que soy europea y universitaria, no oficial de carpintería.
Esta entrada tan desvaída que me ha salido es para agradecer a los amigos (os/as) que sigan escribiendo, porque eso ayuda a recuperar el pulso del mundo. Gracias a todos. Ah! y aquí tenéis vuestra casa, para venir a disfrutar o a reconstruirla, vosotros elegís. Pueden ser vacaciones de granja escuela, pero en lugar de pollos o patatas, aquí aprenderéis a hacer camas o zapateros. Y un poco de fontanería.

lunes, 17 de octubre de 2011

La mudanza (y 2, Murphy for ever)

El jueves dejamos mi casa con la invasión de los transportistas, y dándome unas semanitas de relax intelectual enfrascada en la ardua tarea manual de montar los muebles y tal. Pero como Murphy parece que quiere presidir plenamente la mudanza, ha vuelto a actuar. 
El jueves Sidi y yo comenzamos el recuento de cajas y descubrimos que, asombrosamente, en España tampoco se hace todo bien: de la lista que la empresa de mudanzas había hecho a la realidad había un abismo: números de caja que faltaban, otros repetidos y, para rematar, un excedente de diez bultos o más (¿nos habrán regalado cosas?); así que me lancé al desembalaje y montaje ciegamente, decidida a desfacer el entuerto y encontrar los regalos, ¡je!

Los jóvenes limpiadores llegaron el viernes, y trabajaron, más o menos, bien. El sábado flojearon un poco, el domingo se fueron a mediodía y hoy casi los estrangulo, así que ahora están currando castigados de dos en dos y yo paso cada poco a vigilarlos. Y los móviles no se encienden durante la clase… digo el trabajo. Hoy se van y no vuelven porque han acabado la masa de reparaçao Triunfante de todo Bissau (¡¿la comen o qué?!).

Por mi parte monté el salón, cuatro muebles de la cocina, una mesa y cuatro sillas, abrí unas cuantas cajas, dije orgullosa voy a sacar una foto para el blogg… y… se me inundó la cocina. ¡¡¡Recién limpia!!! Recogí agua, recogí agua… y hoy otra vez ¡INUNDACIÓN! Finalmente ha venido el canalizador y se ha cargado el techo de la cocina (¡recién…!!!!), el suelo del baño grande de la primera planta (…y….¡!¡!) y se ha ido. ¿Volverá? Supongo que sí. De hecho, mientras escribo, ha vuelto. Sidi está enfermo, creo que tiene paludismo, y la cisterna de otro baño (recién… ohohoh) se ha roto. ¡La arreglaron hace un mes! Nos regaló mil bichitos muertos cuando la movimos, generosa ella.

Ahora la casa está llena de muebles a medio montar. ¿Veis que suelo tan limpito?

En fin, que están en casa seis jovencitos sudorosos algo haraganes pero simpáticos, Sidi enfermo, Bernardita aburrida porque no puede hacer nada, el canalizador y el ayudante del canalizador destrozando media casa y otro canalizador para arreglar lo que hizo mal. El carpintero, viendo el barullo, dijo que volvía mañana (menos mal!). La casa, llena otra vez de barro, la cocina impracticable y dos baños inutilizables. Eso es todo. Y medio Bissau en casa, otra vez.
No sé si es una experiencia interesante, pero curiosa, curiosa… y llenita de gente... Maldito Murphy!

Bichos


No voy a hablar de ninguna película, no, sino de bichos de verdad, de ésos que uno sólo ve en las películas. Bichos pequeños y sorprendentes, como casi todo aquí.

El sábado pasado salimos a pasear con las perras por los alrededores, con toda la prevención que el desconocimiento de la fauna local nos impone y la certeza de que nos rodean, sin verlas, serpientes y linguanas (una especie de iguana grande, creo), además de ratas, cerdos y otros animales más tradicionales. Lo que no nos esperábamos era que nos atacaran hormigas. Sí, sí, hormigas en apariencia corrientes y molientes. Caminábamos tranquilos cuando, sin darnos cuenta, pasamos por encima de una no hilera, sino masa, de hormigas que cruzaba de un lado a otro del camino. Acto seguido, las perras comenzaron a revolcarse por la tierra como si tuvieran parásitos. Nos acercamos a ellas con el fin de revisarlas y, para nuestra sorpresa, descubrimos que tenían decenas de hormigas subiendo por las patas.

Intentamos quitárselas, claro, pero al ver que era misión imposible, las cogimos en brazos y atravesamos, ahora con mil precauciones, el río negro de hormigas para poder limpiarlas con detenimiento en casa. A esas alturas, a mi marido también le mordían ya en los tobillos y la premura por volver fue, casi, graciosa. Tardamos más de media hora en eliminar esos pequeños insectos de las perras, aunque todavía apareció alguna muerta al día siguiente. Treparon por el pelo de nuestras pobres mascotas y se aferraron a cualquier milímetro de piel libre en sus patas, barriga, orejas… mientras nosotros hacíamos esfuerzos denodados por arrancárselas. ¡Hasta Sidi participó en el proceso! Cuando las arrancábamos, las cabezas de algunas seguían clavadas a los animales como si fueran garrapatas. Asombroso. Temblé pensando en aquella película, Marabunta, ¿recordáis?


El domingo vivimos otra experiencia curiosa con bichos “habituales”; eso sí, menos incómoda, al menos para nuestros canes. Cayó la noche (aquí la noche cae de golpe) y vimos sorprendidos cómo, por una pequeña rendija existente entre una puerta del salón que da al jardín y el suelo (las puertas con tanta humedad se deforman y dejan mil orificios para entrar y salir), comenzaron a entrar no una marabunta de hormigas, sino de ¡ARAÑAS! ¿Qué os parece? No dábamos crédito. Ni los productos insecticidas las hacían retroceder, aunque sí lograron disuadir a unas cuantas de entrar. Al final, nuevamente hubo una masacre de insectos perpetrada por dos occidentales atónitos. Creo que eliminamos a más de treinta. Lo triste es que me da pena pensar que exterminamos a tantas.

Habrá que intentar cerrar tantos agujeros como sea posible poco a poco; aún no ha empezado la invasión de bichos que sigue a la temporada de lluvia. ¿Sobreviviremos? Porque, a pesar del insecticidio, ellos seguro que sí.

viernes, 14 de octubre de 2011

La mudanza (y 1)










La mudanza nos ha pillado desprevenidos


Coincidiendo con el día del Pilar, fiesta nacional para los españoles, los diligentes funcionarios del puerto de Bissau decidieron entregarnos la mudanza, porque para ellos no era fiesta, claro. Dicho y hecho. Avisaron, abrieron el contenedor antes de que pudiéramos llegar a verlo, sacaron el coche, cargaron el cajón metálico en un súper camión y se lanzaron a la invasión de nuestra casa. Aquí estaba yo, con un diligente joven que me estaba asegurando, por fin, que la limpiaría como necesito. Digo yo, ¿no podrían haber esperado dos o tres días más, ahora que la iban a dejar como la patena?

Pero la ley de Murphy es la ley de Murphy, así que decidieron que mejor ya. De golpe y sobre la una del mediodía llegaron a casa dos coches (el de mi marido y el mío nuevo), un camión de cien metros (¡!), el conductor del camión, el ayudante del conductor, diez porteadores del país, tres agentes de aduanas (somos importantes), uno en moto que no sé quién era, un vigilante que pasaba por el camino y un grupo de gente que se añadió a la fiesta: Abeto y alguno de sus hermanos, los hortelanos que están limpiando el campo y cosechando el arroz; Sidi, que había salido a hacer “gestiones”, Keba, el conductor de mi marido, y hasta el jardinero, que había “desparecido” dos hora antes.

Metidos en danza, Keba fue anotando las cajas que salían, Sidi indicando dónde colocarlas, mi marido revisando la situación en que llegaban (alguna abierta, otras empapadas, alguna vacía…), el jardinero descargando como el que más y Bernardita, la mujer que viene a limpiar, desapareció prudentemente durante todo el embate. Para verlo y para oírlo: yo hablaba a Sidi en francés, éste en criollo a los cargadores, yo en portuñol y crioñol a todo el que pasaba, mi esposo otro tanto, los cargadores preguntaban en lo que les parecía (criollo, portugués, fula… daba igual, yo no entendía nada ya) y balbuceaban en castellano: verde, marrón… aquí, anexo… El de la moto a veces traducía para ayudar y mostrar que hacía algo.

Así llegaron las primeras cajas. ¡Imaginad nuestra cara!
















A todo ello, los niños perdidos se tumbaron en el garaje divertidos y Abeto agarraba de la mano a mi agotado marido mientras le pedía “papa”, es decir, comida. Todo un espectáculo.

Acabamos, eso sí, en dos horas y pico (con tanto hombre cargando se ventila rápidamente una mudanza) y a eso de las cuatro y media estábamos pensando en empezar a comer, cosa que hicimos. Una estiradita-no-llega-a-ser-siesta y después a ponernos guapos, que era el día de España (casi se me olvida) y a las seis y media había fiesta oficial. Ducha, decoración, remozado… Hasta las tantas de pie y con tacones (yo) y traje (mi santo esposo).

A veces hay que esperar eternamente, y otras todo se precipita. ¿De dónde sacaron las prisas justo el 12 de octubre? ¿Querían celebrar nuestro día regalándonos el fin de la mudanza? ¿No decían que aquí todo va lento? Pues mecachis en lo lento, digo yo, ya había preferido una semana más de demora. En fin, que vivimos un día tranquilo, donde los haya, en África.

Ahora, unas semanitas de montaje. Si es que se vive de un descansado aquí...

jueves, 13 de octubre de 2011

Comodidad (y 1)

Iba titular la entrada como “confort”, pero prefiero elegir una palabra española para hablar de las comodidades, o la ausencia de comodidades, que hay en Bissau. Ayer mi marido leía mi blog y me decía que se notaba que (yo) había llegado con las comodidades logradas: en la casa hay agua y, habitualmente, luz. Era casi una acusación.
Cierto que no he vivido la ausencia de esas comodidades, aunque llevo más de una semana haciendo comida con un cueceleches de un litro, una sartén pequeñita y una plancha redonda. Ayer conseguí sal gorda y eso ha sido todo un cambio. Con semejante batería de cocina y compartiendo el único plato que hay (eso sí, tenedores hay tres), he hecho unos socorridos espaguetis (al ajillo, aún no había ni salsa de tomate), tortilla de patatas, pollo guisado con cerveza, camaroes al ajillo, pechuga a la plancha, caldo de pollo y sopa de fideos (partiendo los espaguetis, claro), además de unas verduritas rehogadas. Probablemente habría preferido una hoguera de las del país e instrumentos más grandes, aunque fueran más rudimentarios. Hoy tocan calamares encebollados con salsa de tomate (ya tengo, ¡yupi!).
Ciertamente no viví la época de carestía de luz, cuando él estaba en este aún caserón vacío sin agua, ni luz, ni Internet para conectarse con el mundo. Creo que eso es muy duro, de verdad que sí.  Pero que no me diga que tengo todas las comodidades. No, al menos, hasta que llegue la lavadora.
Ésta es, todavía, mi cocina

miércoles, 12 de octubre de 2011

Primera aventura

El miércoles siguiente a nuestra llegada mi marido organizó una visita a las islas Bijagós. Como hombre responsable que es, se debatió entre la prudencia de quedarse en casa, ya que aún era temporada de lluvias, y la obligación de enseñarnos el mejor paraje de que dispone este país. Al final después de mucho cavilar, se puso en contacto con Bob, el dueño de un hotelito de Rubane que tiene varios barcos, transporta gente a las islas y hace excursiones de pesca. Bob le aseguró que la mar estaría en calma y nos asomamos al paraíso de las islas, y digo asomamos porque sólo atisbamos a ver su belleza.

La partida fue, como todo aquí, impresionante (voy a desgastar la palabra). La barca de Bob, con él al mando, llegó media hora tarde y subimos a ella desde un embarcadero situado abajo abajo, casi entre los pilares del muelle, justo detrás de los restos oxidados y amenazantes de un barco hundido. De verdad que daba miedo; a lo mejor es que soy mujer y tengo vértigo, pero ver el barquito sortear puntas metálicas ruinosas sabiendo que debajo, alrededor y por todas partes, había trozos de navíos, acongoja. Parecía que saliéramos de un cementerio naval. Lo cierto es que a mí, de siempre, los puertos me transmiten una sensación de vacío y vértigo que no puedo dominar.


Uno de los barcos depositados en el puerto. Éste, al menos, se ve (PCG)

Una vez abandonado el embarcadero, sorteados los escollos metálicos y lanzados al mar, el viaje fue otra cosa. El cielo estaba claro y el barco del francés corría alegre entre las olas y las islas, y la sensación de libertad y energía nos invadió, así que sonreímos y fotografiamos todo lo fotografiable que, como es de suponer, salió movido. La visita a Bubaque y Rubane será objeto de otro relato, a pesar de ser islas maravillosas y totalmente paradisiacas. El día transcurrió apacible, con baño, comida abundante y deliciosa, siesta en la playita (el atento Bob nos hizo instalar unas tumbonas bajo los árboles ¡!) y despedida rumbo a casa en una barca más grande y de dos motores, escoltados por aves que se lanzaban en picado al agua para alcanzar alguna presa.

La verdadera ventura comenzó en el retorno. La prevención de mi cónyuge era fundada, y mientras nos acercábamos a Bissau (casi desde el principio) las olas comenzaron a despertar y el mar se encabritó silenciosamente, sin rayos ni truenos, sin vendavales, pero creciendo desde lo hondo y lanzando a la cubierta aguas marrones que superaban sin tregua la quilla. Ahí comprendí el significado de la palabra “mar de fondo”, sólo que aquello no era mar; no era azul, ni verde, ni nada, sólo agua oscura, fangosa y llena de espuma que lo inundaba todo. La experiencia del capitán, que fue enmudeciendo y reduciendo velocidad a medida que aumentaba la fuerza del agua, evitó que la enorme lancha se inundara y consiguió llevarnos, sanos y salvos, pero empapados hasta los huesos (de verdad, no figuradamente) y bastante impactados al cementerio-embarcadero de donde partimos.

Fue un día inolvidable, pero también una toma de contacto seria con la naturaleza. Mirando después del mapa de Guinea-Bissau, descubrimos que apenas habíamos salido a mar abierto. Las islas están en la desembocadura de un río, el Geba, y lo que vivimos fue únicamente el encabritamiento de una desembocadura fluvial ante un mar embravecido. ¿Cómo será de terrible una tormenta marítima?

lunes, 10 de octubre de 2011

Abeto (Alberto)

De entre las muchas cosas que mi marido nos contaba por correo al llegar a Bissau una de ellas era la fragilidad de las personas; su fortaleza y, a la vez, su vulnerabilidad a las enfermedades. Nos decía que podías conocer a una persona y que, al día siguiente, estuviera muerta. ¿De qué? De nada; estaba doente, estaba enfermo. Era una razón muy frecuente en los años 40, 50 y hasta 60 en España. Uno se moría porque estaba enfermo, porque Dios lo quería o por alguna razón semejante. Pero no voy a hablar de muertos, no.

Tener contacto con la gente del país es ir conociendo su fortaleza y su debilidad. Hoy hemos descubierto que Abeto, uno de los niños “perdidos” que vive en la casa abandonada que hay junto a la nuestra, está enfermo. También hemos descubierto que no es abandonado, y la pandilla de niños que vive con él y corretea por la calle son, salvo dos, hermanos. Hoy vimos a un Abeto desconocido, muy formal, con camisa y pantalones, de la mano de una mujer joven, guapa, vestida de añil. No lo reconocimos. Cuando nos sobrepasó, susurró: branco pequenho, y mi marido se sobresaltó y le contestó: ¡preto pequeninho, Abeto!

La mujer nos miró y nos dijo que estaba doente. Como le preguntamos, nos explicó que había ido al hospital y que tenía “corpo”. Al volver a casa le inquirimos a Sidi por Abeto y la mujer. Descubrimos que es su madre, que es una mujer fuerte (bien corageouse, dijo exactemente) que trabaja todo el día vendiendo en el mercado y deja aquí solos a los niños porque no tiene quién la ayude. Que el padre de los chicos es un excombatiente que no se ocupa de ellos, y que la valerosa mujer cuida de los chiquillos y de dos jóvenes que habitan junto a la familia.

Esta es la casa de Abeto. ¿Veis la ropa secando? Sin agua ni luz, claro!

También descubrimos que el simpático Abeto estuvo desde que nació tres años en el hospital, que allí aprendió a hablar y a andar, y que tiene un problema de corazón congénito. Eso nos lo contó su hermano. Mi marido ha vuelto a casa algo triste. Desde que se instaló aquí, solo, casi sin luz y sin agua, los chiquillos que le gritaban ¡branco! han sido una de sus alegrías. Sin excesivas confianzas, pero haciendo siempre compañía. Niños perdidos que lavan su ropa y hacen la comida, que juegan al fútbol en la calle y se asustan de nuestras perras. Y, de entre ellos, el preto pequeninho de Abeto fue el primero que le habló y que se le acercó, el que le hizo sentirse en casa.

Lo dicho, que la vida aquí es fuerte y a la vez frágil, y ese niño que para nosotros era símbolo de alegría y vitalidad, ahora se ha convertido en un interrogante.

branco pequenho: blanco pequeño
preto: negro
corpo: cuerpo

domingo, 9 de octubre de 2011

Casa Emanuel

El sábado visitamos una de las organizaciones de cooperación más respetada en Bissau: Casa Emanuel. Es una institución religiosa, concretamente evangelista, que surgió con la finalidad de recoger niños de las calles. La cabeza más visible es “Mami”, Isabel Johanning, que comenzó viviendo con un grupo de niños abandonados y que ha logado crear a su alrededor, tras vivir la guerra y la posguerra, un complejo enorme con residencia, comedores, escuela, liceo y, desde hace dos años, un hospital. Reciben niños huérfanos, niños abandonados, niños de la calle… pero su escuela y su liceo acogen también a los niños de la comunidad donde está inserta, el barrio de Afia.

Visitamos este proyecto con Núria, una fisioterapeuta española que coopera con la institución desde hace tiempo. Ella forma parte de la acción solidaria de un cirujano catalán, Iván Mañero, que tiene la intención de venir periódicamente a Bissau a operar. Lo ha hecho ya una vez y esperan que vuelva en noviembre con un contenedor lleno de medicinas.

Del proyecto lo que más sorprende es la buena organización, muy marcada por el ideario religioso: los niños mayores ayudan a los pequeños, lo que hay se reparte entre todos, y sólo hay una madre, no como en otras organizaciones que conozco: Mami es mami, y lo demás son tías y tíos, así, si se tienen que ir, la estructura familiar no se altera sustancialmente. Los niños se reparten en las habitaciones por edades y sexo, y dan más intimidad a los que están llegando a la adolescencia, que viven de dos en dos. Todos ellos pueden acceder de noche a las habitaciones de Mami si tienen problemas. Ahora han iniciado una pequeña experiencia de un aula “de ayuda” para enseñar a los niños más mayores recogidos de la calle a leer y escribir, y han comenzado a integrar niños con disfunciones en las aulas de pequeños.

Emociona ver el eje del trabajo de Núria: pequeños discapacitados, física o mentalmente, a los que estimula neurológicamente y con los que trabaja desde que llegan al complejo. En un país (como tantos otros en África) donde a estos chiquillos los sacrifican en ritos porque llevan dentro el demonio, la tarea de Casa Emanuel es encomiable, y más su objetivo final: volver a insertarlos en sus familias, aunque eso llevará mucho tiempo, porque implica realizar también un cambio de mentalidad.

Núria con uno de sus meninos (tomada del blog Nha Kau)

El gobierno les ha cedido los terrenos, la cooperación portuguesa les ha donado edificios y ellos, con la solidaridad y la ayuda que llega de fuera (materiales, colaboraciones, apadrinamientos), y algunas donaciones internas, han llenado todo de mesas, sillas, camas, y, sobre todo, amor.

La obra “estrella” es el hospital, que tiene sólo dos años. Es lo más limpio que he visto hasta ahora, y se acerca bastante a la idea que tenemos de centro sanitario en Europa. Gran parte del centro está dedicado a partos, dada la alta mortalidad que presentan. Cuando han de hacer una cesárea, como no tienen cirujanos, ni obstetras, ni anestesistas, llevan a las mujeres al hospital público temblando, dadas las pocas condiciones que reúne. El enfermero partero hay días que no da abasto. Otra zona está destinada a odontología, ya que Mami es médico y dentista.

En fin, que estuvimos tres horas llenos de niños que se agarraban de nuestros brazos, que nos seguían y jugaban con nosotros, llenos de mocos, de chiquillos colgando, de risas y de proyectos. Es la primera acción solidaria que veo en este país, pero me ha parecido encomiable. Un milagro en medio de un barrio, Afia, lleno de gente que confía y espera.

Si queréis ver algo más de ellos, os dejo estas direcciones:

http://www.casaemanuel.org/index.html
http://www.blogcirujano.com/
http://nhakau.blogspot.com/

viernes, 7 de octubre de 2011

Viernes

Hoy es viernes noche, y se nota, y mucho, en el ambiente. Es el primer día del fin de semana, y también el día festivo para la población musulmana, que durante todo el día viste sus ropas más elegantes con orgullo. Decidimos salir a tomar un refresco por la tarde a una terraza; nos hemos puesto guapos y nos hemos lanzado a la calle. Una de las principales actividades de la ciudad es ver y ser visto, así que hay que hacer bien de escaparate.

Las avenidas, paseos y caminos estaban repletos de gente en su eterno caminar, ya lo he dicho más veces, pero en el aire flotaba un ambiente distinto: es viernes, así que todos los jóvenes estudiantes universitarios, los de iniciación profesional, trabajadores o parados, todas las mujeres con hijos, los hijos con o sin sus madres estaban en la calle. Ellos, como nosotros, con las mejores galas, salen y pasean entre las tiendas, de la mano de sus parejas o en pandillas, toman algún tentempié en un bar, juguetean entre ellos y salen a “tomar”.

Las discotecas de la capital se llenan de ambiente festivo. No como a diario, cuando se dan cita los que no tienen trabajo, los que están perdidos y no se encuentran. No como los sábados, que ya sale todo el mundo. Los viernes son, sobre todo, de los jóvenes. Muchachas con vestidos ajustados, recién salidas de la peluquería, con trajes brillantes o vaqueros ceñidos, con camisetas que enseñan los hombros, minifaldas... Chicos con pantalones caídos, camisas entreabiertas, gorras viseras apuntando hacia la espalda. No me parecieron muy distintos de los que vemos en España. Siguen la moda y se exhiben orgullosos, ellos y ellas, y revolucionan la ciudad.


Luces nocturas. Al fondo, a la izquierda, autos de choque
Como en nuestro país, al olor de los jóvenes se enciende el mundo, y el resto de la población se lanza a la calle para mirar, para ser mirado, para disfrutar del ambiente o buscar su oportunidad. Las luces de los vehículos y las salas de fiesta llenan la noche, y es habitual pasarse por los coches de choque para empezar la soirée.

Su alegría nos contagia, aunque, al final, nos sentamos una terraza de las llamadas de blancos, no porque impidan el paso a los demás, sino porque son muchos menos los que pueden permitírselo. El dueño nos cumplimenta. En una recién abierta barra que avisa el fin de las lluvias, nos han ofrecido una caipirinha como si fuéramos unos turistas cualesquiera; la hemos aceptado con una sonrisa y hemos dejado que el viernes nos invada.

jueves, 6 de octubre de 2011

El tiempo

Hablar de tiempo en Guinea-Bissau, como en África, tiene su enjundia, que diría mi padre. Y no me refiero al tiempo meteorológico, sino al horario, al que marca el transcurso de la vida. He oído a algunas personas decir que los africanos son vagos, despreocupados e informales, y, en cierto modo, podría creerse que es así. Llevo pocos días en Bissau, así que mi opinión es poco formada.

La verdad es que, hasta ahora, la sensación que recibo es diferente: creo que nuestro tiempo y el suyo son, sencillamente, diferentes. No puede acusarse de vaguería a un pueblo que está en movimiento constante de sol a sol, que a cualquier hora del día va o viene, hace o deshace. ¿Cómo decir que no les gusta trabajar cuando hasta en domingo están abiertos los pequeños comercios, los mercados, cuando hasta la construcción de edificios y la siembra de arroz continúa?

La diferencia radica en los plazos. Los europeos, los orientales, trabajamos con pautas marcadas: horarios de oficina, colegios, tiendas, salidas, llegadas… plazos para matrículas, pagos, registros, resultados… Aquí hay muy poco de eso. Los horarios rígidos son para los que trabajan en organismos internacionales o en empresas “modernizadas”. Para el resto, el horario es lento y extenso. Trabajo lento, continuado, con descansos intermitentes. No imagino que no pararan con esta temperatura, porque, como ellos dicen, el calor es fuerte también para los africanos. Es falso que no lo padezcan.

En la diferencia está el problema. Para ser eficientes hay que saber realizar las tareas dentro de unos límites temporales. Al menos para ser eficientes en el sentido que los países desarrollados tienen de eficiencia. Para evolucionar en nuestra dirección.

En esa adaptación a nuestro tiempo es donde verdaderamente se abre un abismo insondable entre las dos civilizaciones: la africana y la europea. Acercar tiempos es la tarea pendiente más complicada para que comience el desarrollo de estas zonas. Lo difícil: que los africanos entiendan por qué para nosotros es tan importante la prisa. Si, al final, todo llega: las frutas maduran, los animales crecen, las casas se terminan… Puede ser que ellos necesiten acortar su tiempo un poco, y nosotros debamos aprender a esperar algo más. Algunas cosas no pueden demorarse, pero otras es absurdo adelantarlas. Creo yo.

A pesar de esta aparente comprensión de la diferencia de conceptos, no puedo negar que es difícil, y con el tiempo supongo que se me hará aún más, esperar que algunas cosas sucedan: que lleguen unos muebles que salieron de España a principios de agosto, que “te llamo para darte el teléfono de una empresa de limpieza” suponga dos días de espera, o que encomendar tareas de casa se demore, si es jueves, hasta el lunes siguiente.

Lo cierto es que su cadencia hace que dilatemos nuestro tiempo, y llega un momento en que cuesta trabajo distinguir el lunes del miércoles o el domingo, con lo que, si queremos mantener nuestra eficacia al volver al mundo del que procedemos, debemos atar nuestra vida con pautas temporales: matricularse en algo, fijar el día de la compra, realizar determinados actos en determinados días. Eso ayuda a fijar el tiempo y a mantener el ritmo. Eso sí, más pausado.